Esta
noche el campus de Harvard acogerá una nueva gala de entrega de los premios Ig Nobel, que concede desde principios
de los noventa la revista ‘Annals of
Improbable Research’. Seguro que unos cuantos estudios e inventos
galardonados serán comentados en este blog durante los próximos días.
Mientras
tanto, voy a aprovechar para hablar de dos inventos que ya consiguieron su Ig
Nobel, dos ideas que perpetraron algunas mentes ‘privilegiadas’ con el fin de
defendernos contra malvados delincuentes.
El
primero es obra de los sudafricanos Charl Fourie y Michelle Wong y data
de 1998. Parece que en Johannesburgo y otras ciudades del país es relativamente habitual que un conductor sea asaltado por algún
individuo armado cuando está parado en un semáforo. De hecho, se producen
miles de estos atracos cada año y no han disminuido desde entonces, sino todo lo contrario.
Pues
bien, para los citados inventores la solución es fácil. Si un maleante te apunta con una pistola por la
ventanilla, levantas las manos para que se confíe. Y al mismo tiempo, aprietas
un pedal para que del costado del vehículo salga una llamarada que dejará al
asaltante más churruscado que los menudillos de Savonarola.
Suena un poco bestia, pero aún lo es más si tenemos en
cuenta que en Sudáfrica se considera totalmente legal (defensa propia) y que el
sistema se puso a la venta por poco más de 600 dólares.
El invento, popularmente conocido como ‘Blaster’ o ‘BMW
Lanzallamas’, recibió –sarcásticamente, por supuesto- el Ig Nobel de la Paz en
1999. En la patente
se describe como “un sistema de seguridad para vehículos que libera combustible
en llamas a través de unas boquillas de manguera localizadas en los lados del
vehículo.”
Su responsable, Charl Fourie, que imagino como una especie
de Juez Dredd sudafricano o un Torquemada contemporáneo, lo defendía diciendo que se trataba de escoger entre
dos males: “O bien te disparan, violan a tu mujer y matan a tu hijo, o bien
abrasas al delincuente.” No valen medias tintas...
Las llamaradas salen al mismo tiempo en los dos lados del
vehículo, así que si fulminas al pobre diablo que está junto a la otra ventanilla intentando venderte unos Kleenex, mala suerte...
De todos modos, el inventor aseguraba que su sistema de
autodefensa no era mortal: “Solamente deja ciego al agresor”. Podemos respirar más tranquilos. En su
primera semana vendió 25 unidades del invento. El primer comprador,
curiosamente, fue un jefazo de la policía de Johannesburgo, David Walkley, que declaró
estar muy satisfecho con su adquisición. “Es cierto que comporta algún riesgo –dijo-,
pero es más arriesgado no tenerlo...”
Pero Fourie no se hizo de oro como pensaba y, tras haber
vendido unos pocos cientos de unidades, en 2001 lo retiró del mercado. Poco
después empezó a vender lanzallamas de bolsillo más económicos. Mejor no pedir
fuego en Sudáfrica.
El segundo invento del que quiero hablar es algo más
sofisticado, pero no por ello podemos afirmar que haya salido de una mente
menos calenturienta. Lo patentó en Estados Unidos un tal Gustano Pizzo en 1972
y, en este caso, las víctimas potenciales son los secuestradores aéreos.
Veamos... El secuestrador entra pistola en mano en la cabina
de los pilotos. Cuando se sitúa detrás de ellos, una trampilla se abre bajo sus
pies, donde un ingenioso sistema lo empaqueta en la bodega del avión como si
fuera un kilo de mandarinas. Pero la cosa no queda ahí, ya que después, la cápsula
que contiene al maleante empaquetado se suelta por otra compuerta para que
caiga a tierra. Eso sí, Gustano Pizzo se muestra menos sádico que el otro
inventor sudafricano, puesto que dotaba al sistema de un paracaídas. Mientras
el secuestrador aéreo desciende, los pilotos ya han alertado a la policía por
radio para que espere la llegada del paquete. Si cae en medio del Pacífico,
mala suerte...
Gustano Pizzo ganó su Ig Nobel a título póstumo en la edición
de 2013 en la categoría de Ingeniería de Seguridad. En el documento de la patente
podéis leer los detalles de su sistema contra los secuestros aéreos, aunque, hasta
donde yo sé, nunca ha llegado a utilizarse.
Imagino que el sudafricano Charl Fourie lo hubiera
perfeccionado prescindiendo del paracaídas para reducir costes y, de paso, añadiendo
algún dispositivo para socarrar al ruin malhechor con una buena llamarada.
A la espera de los IG Nobel de este año. Lástima que no nos hayan invitado, la gala debe ser algo memorable...
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