La séptima temporada de Juego de tronos ha llegado a su fin y sus fans se muerden las uñas pensando que
hasta 2019 no volverá a las pantallas. Está claro que la serie es todo un
fenómeno. Incluso ya hablé aquí de ella en el post titulado “Las
matemáticas aplicadas a ‘Juego de tronos’”, por cierto uno de los más
visitados de la página.
Por otro lado, en otros posts hemos visto que ni siquiera
los personajes de ficción escapan al escrutinio científico. Prestigiosas
revistas médicas han incluido en sus páginas sesudos artículos sobre la salud
mental de Gollum, de los
personajes de Star Wars o el trastorno
de ansiedad del osito Winnie Pooh.
Pero volviendo a Juego de tronos, hoy no voy a escribir
sobre los efectos del veneno utilizado para cargarse a Joffrey ni a las
quemaduras faciales de El Perro, sino sobre la enfermedad que se inventó el amigo
George R.R. Martin a modo de devastadora plaga infecciosa.
Se trata de la psoriagrís –o ‘greyscale’ en inglés-, una
enfermedad que despertó la curiosidad del dermatólogo Jules B. Lipoff, de la
Universidad de Pennsylvania, que el año pasado publicó un breve artículo sobre
ella en la revista ‘JAMA Dermatology’ (2016;152(8):904).