martes, 19 de abril de 2016

Frente al cáncer de próstata, más vale... ¿eyacular?

Estamos tan acostumbrados a que los médicos nos digan que casi todo lo que nos gusta –los chupitos de orujo, la panceta, los torreznos...- es malo para la salud que sorprende encontrar un artículo científico que apunte en la dirección contraria. Bueno... a veces ocurre.

En la edición online de la revista ‘European Urology’ se publicó hace poco (Eur Urol 2016; doi:10.1016/j.eururo.2016.03.027) un estudio en el que se confirma que la eyaculación frecuente nos protege frente al cáncer de próstata.

Lo firman investigadores de la Chan School of Public Health de Boston, con la epidemióloga Jennifer Rider como autora principal, y básicamente viene a confirmar a largo plazo los resultados de otra investigación de hace diez años que concluía más o menos algo parecido.

Lo cierto es que la hipótesis no es nada nueva. En mi libro –sí, ese que tenía el mismo título que este blog- ya comentaba un estudio australiano en el que se decía que la masturbación habitual reduciría los casos de cáncer de próstata en una tercera parte. Teniendo en cuenta que se trata de uno de los tipos de cáncer más frecuentes y mortales en el varón, los científicos del Cancer Council Victoria de Melbourne que lo publicaron tuvieron el gran mérito de proponer una medida de salud pública sencilla, barata, efectiva y placentera. Además, como decía Woody Allen, “la masturbación es hacer el amor con alguien a quien verdaderamente amas”.

Aquella investigación (BJU International 2003;92:211-216) la dirigió un tal Graham Giles, cuyo equipo entrevistó sobre sus hábitos sexuales a 1.079 individuos diagnosticados de cáncer de próstata y a 1.259 hombres sanos de la misma edad. Los resultados mostraban que cuanto mayor es la frecuencia de eyaculaciones entre los 20 y los 50 años, menos son las probabilidades de ser diagnosticado en el futuro de este tipo de tumor que, por otro lado, es una enfermedad de la que se han identificado pocos factores de riesgo modificables.

Los autores añadían que el mayor efecto preventivo se produce cuando el hombre está en la veintena y que la protección es superior entre aquellos que eyaculan más de cinco veces a la semana cuando tienen esa edad.

El Dr. Giles apuntaba que, en principio, sus resultados parecían discrepar con los de otros estudios anteriores que habían asociado la promiscuidad o una gran actividad sexual a un aumento del riesgo de carcinoma de próstata. Pero puntualizaba que la diferencia estriba en que tales investigaciones se referían a las relaciones sexuales con pareja –fuera femenina o masculina-, mientras que su estudio se centraba exclusivamente en el número de eyaculaciones, tanto si eran en compañía como en solitario. "Los hombres tenemos muchas formas de usar nuestra próstata que no involucran a mujeres ni a otros hombres", apuntaba este investigador.

La posible explicación al efecto profiláctico del onanismo ofrecida por el Dr. Giles indicaba que la eyaculación ayuda a vaciar la próstata de ciertas sustancias que pueden causar cáncer, entre ellas, por ejemplo, un componente del humo del tabaco llamado 3-metilcolantreno, que se acumula en el fluido contenido en esta glándula. Se trataría, en definitiva, de ir limpiando los conductos regularmente para que los fluidos no se estanquen, como podría ocurrir en las cañerías de cualquier casa cuando no corre el agua desde hace tiempo. Es lo que se conoce en el ámbito médico como ‘hipótesis del estancamiento de la próstata’.

En el año 2003, cuando se publicó este estudio australiano, los resultados necesitaban confirmarse con nuevos estudios, pero tal como declaraba el director del Centro de Investigación sobre Sexo, Salud y Sociedad de Australia, un tal Anthony Smith, "si esto es así, es perfectamente razonable que se anime a los hombres a masturbarse". No obstante, me cuesta imaginar una campaña de concienciación pública sobre el tema con sus anuncios en televisión y en las vallas publicitarias de la calle.

Un año después se publicó el estudio de ‘JAMA’ (2004;291:1578-1586), basado en los datos de 29.342 hombres mayores de 46 años, participantes en el Health Professionals Follow-up Study, un gran estudio iniciado en 1992. Desde aquel año olímpico, fueron rellenando cuestionarios cada dos años en los que se les preguntaba, entre otras cosas, cuántas veces eyaculaban al mes de promedio cuando tenían entre 20 y 29 años, y cuántas veces cuando tenían entre 40 y 49. Aunque aquel estudio concluyó que la frecuencia eyaculatoria no se relacionaba con un mayor riesgo de cáncer de próstata, sí que se observó que aquellas personas con una alta frecuencia parecían tener un menor riesgo.

El estudio más reciente, el que se publica en ‘European Urology’, viene a ser una actualización de aquel artículo de ‘JAMA’ con diez años más de seguimiento, y un par de miles de participantes más, concretamente 31.925, por lo que el grado de confirmación es algo más preciso.

Vamos con los resultados. Eyacular 21 o más veces al mes –que no está nada mal- entre los 20 y los 29 años de edad y entre los 40 y los 49 se asocia a una disminución del riesgo del 19% y del 22%, respectivamente, de ser diagnosticado de cáncer de próstata en comparación con las personas que lo hacen con una frecuencia de 4 a 7 veces al mes.

Además, la frecuencia de eyaculación a la edad de 20 a 29 años se asocia de forma significativa al cáncer de próstata de riesgo intermedio, de manera que los hombres de esa edad que eyaculan al menos de 13 veces al mes experimentan una disminución del 27% de las probabilidades de desarrollar este tipo de cáncer en comparación con los que solamente eyaculan de 4 a 7 veces al mes. Por otro lado, la frecuencia de eyaculación no parece asociarse al cáncer de próstata de alto riesgo.

Los autores concluyen que “este gran estudio prospectivo proporciona la evidencia más rotunda hasta la fecha del papel beneficioso de la eyaculación en la prevención del cáncer de próstata”. Y añaden que “la mayor frecuencia de eyaculación en ausencia de conductas sexuales de riego puede representar una forma de reducir los costes médicos y los efectos secundarios físicos y psicológicos de tratamientos y diagnósticos innecesarios de tumores de bajo riesgo”. Poca broma.

Ahora bien, para aquellos que ya estáis pensando abandonar este blog y abrir una de esas webs que os estimulan –todo sea por el bien de vuestra salud prostática, por supuesto-, os voy a chafar la guitarra con otro estudio titulado “Estructura cerebral y conectividad funcional asociadas al consumo de pornografía” (JAMA Psychiatry 2014;71:827-834).

Resulta que científicos del Instituto Max Planck de Desarrollo Humano de Berlín investigaron el cerebro a 64 individuos que se pasaban horas y horas viendo porno. Vieron que cuanto más tiempo dedicaban a ello menos materia gris tenían en el núcleo caudado derecho, región del cerebro implicada en la memoria y el aprendizaje, que se encogió en esta gente. Además, ese núcleo caudado derecho suele estar conectado con el córtex prefrontal dorsolateral izquierdo, pero resulta que entre los grandes consumidores de porno se pierde parte de esa conectividad.

Es más, observaron que la actividad funcional del putamen izquierdo (estructura cerebral con un nombre tan sugestivo que no debería obviarse nunca en cualquier estudio sobre la influencia neurológica del porno) se veía alterada con un exceso de horas ante la pantalla.

¿Qué significa todo esto? ¿Que el cerebro se encoge? Pues la verdad es que alguna zona sí. La explicación de los autores es que esas observaciones pueden reflejar los cambios que se producen en la plasticidad neural y que todo ello se relaciona con los mecanismos de recompensa del cerebro, de manera que acostumbrarse demasiado a ver porno provocará que los estímulos sexuales sean cada vez menos estimulantes.

En fin, aquí os he dado los datos y allá cada cual. Que cada uno valore si aprecia más su próstata o su cerebro.


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