Estamos tan acostumbrados a que los médicos nos digan que
casi todo lo que nos gusta –los chupitos de orujo, la panceta, los torreznos...- es malo para la salud que sorprende encontrar un artículo científico
que apunte en la dirección contraria. Bueno... a veces ocurre.
En la edición online de la revista ‘European Urology’ se
publicó hace poco (Eur
Urol 2016; doi:10.1016/j.eururo.2016.03.027) un estudio en el que se
confirma que la eyaculación frecuente nos protege frente al cáncer de próstata.
Lo firman investigadores de la Chan School of Public Health
de Boston, con la epidemióloga Jennifer Rider como autora principal, y
básicamente viene a confirmar a largo plazo los resultados de otra
investigación de hace diez años que concluía más o menos algo parecido.
Lo cierto es que la hipótesis no es nada nueva. En mi libro –sí,
ese que tenía el mismo título que este blog- ya comentaba un estudio australiano
en el que se decía que la masturbación habitual reduciría los casos de cáncer
de próstata en una tercera parte. Teniendo en cuenta que se trata de uno de los
tipos de cáncer más frecuentes y mortales en el varón, los científicos del
Cancer Council Victoria de Melbourne que lo publicaron tuvieron el gran
mérito de proponer una medida de salud pública sencilla, barata, efectiva y
placentera. Además, como decía Woody Allen, “la masturbación es hacer el amor
con alguien a quien verdaderamente amas”.
Aquella investigación (BJU
International 2003;92:211-216) la dirigió un tal Graham Giles, cuyo equipo
entrevistó sobre sus hábitos sexuales a 1.079 individuos diagnosticados de
cáncer de próstata y a 1.259 hombres sanos de la misma edad. Los resultados mostraban
que cuanto mayor es la frecuencia de eyaculaciones entre los 20 y los 50 años, menos son las probabilidades de ser diagnosticado en el futuro de este
tipo de tumor que, por otro lado, es una enfermedad de la que se han identificado pocos factores de riesgo modificables.
Los autores añadían que el mayor efecto preventivo se
produce cuando el hombre está en la veintena y que la protección es superior
entre aquellos que eyaculan más de cinco veces a la semana cuando tienen esa
edad.
El Dr. Giles apuntaba que, en principio, sus resultados
parecían discrepar con los de otros estudios anteriores que habían asociado la
promiscuidad o una gran actividad sexual a un aumento del riesgo de carcinoma
de próstata. Pero puntualizaba que la diferencia estriba en que tales
investigaciones se referían a las relaciones sexuales con pareja –fuera
femenina o masculina-, mientras que su estudio se centraba exclusivamente en el
número de eyaculaciones, tanto si eran en compañía como en solitario. "Los
hombres tenemos muchas formas de usar nuestra próstata que no involucran a
mujeres ni a otros hombres", apuntaba este investigador.
La posible explicación al efecto profiláctico del onanismo ofrecida
por el Dr. Giles indicaba que la eyaculación ayuda a vaciar la próstata de
ciertas sustancias que pueden causar cáncer, entre ellas, por ejemplo, un
componente del humo del tabaco llamado 3-metilcolantreno, que se acumula en el
fluido contenido en esta glándula. Se trataría, en definitiva, de ir limpiando
los conductos regularmente para que los fluidos no se estanquen, como podría
ocurrir en las cañerías de cualquier casa cuando no corre el agua desde hace tiempo. Es lo que se conoce en el ámbito
médico como ‘hipótesis del estancamiento de la próstata’.
En el año 2003, cuando se publicó este estudio australiano,
los resultados necesitaban confirmarse con nuevos estudios, pero tal como
declaraba el director del Centro de Investigación sobre Sexo, Salud y Sociedad
de Australia, un tal Anthony Smith, "si esto es así, es perfectamente
razonable que se anime a los hombres a masturbarse". No obstante, me cuesta imaginar una campaña de concienciación pública sobre el tema con sus anuncios en televisión y en las vallas publicitarias de la calle.
Un año después se publicó el estudio de ‘JAMA’ (2004;291:1578-1586),
basado en los datos de 29.342 hombres mayores de 46 años, participantes en el Health
Professionals Follow-up Study, un gran estudio iniciado en 1992. Desde aquel
año olímpico, fueron rellenando cuestionarios cada dos años en los que se les
preguntaba, entre otras cosas, cuántas veces eyaculaban al mes de promedio cuando
tenían entre 20 y 29 años, y cuántas veces cuando tenían entre 40 y 49. Aunque
aquel estudio concluyó que la frecuencia eyaculatoria no se relacionaba con un
mayor riesgo de cáncer de próstata, sí que se observó que aquellas personas con una
alta frecuencia parecían tener un menor riesgo.
El estudio más reciente, el que se publica en ‘European
Urology’, viene a ser una actualización de aquel artículo de ‘JAMA’ con diez
años más de seguimiento, y un par de miles de participantes más, concretamente
31.925, por lo que el grado de confirmación es algo más preciso.
Vamos con los resultados. Eyacular 21 o más veces al mes
–que no está nada mal- entre los 20 y los 29 años de edad y entre los 40 y los 49
se asocia a una disminución del riesgo del 19% y del 22%, respectivamente, de ser diagnosticado de cáncer de próstata en comparación con las personas que lo hacen con una frecuencia de 4
a 7 veces al mes.
Además, la frecuencia de eyaculación a la edad de 20 a 29
años se asocia de forma significativa al cáncer de próstata de riesgo
intermedio, de manera que los hombres de esa edad que eyaculan al menos de 13
veces al mes experimentan una disminución del 27% de las probabilidades de
desarrollar este tipo de cáncer en comparación con los que solamente eyaculan
de 4 a 7 veces al mes. Por otro lado, la frecuencia de eyaculación no parece
asociarse al cáncer de próstata de alto riesgo.
Los autores concluyen que “este gran estudio prospectivo proporciona la evidencia más rotunda
hasta la fecha del papel beneficioso de la eyaculación en la prevención del
cáncer de próstata”. Y añaden que “la mayor frecuencia de eyaculación en
ausencia de conductas sexuales de riego puede representar una forma de reducir
los costes médicos y los efectos secundarios físicos y psicológicos de
tratamientos y diagnósticos innecesarios de tumores de bajo riesgo”. Poca
broma.
Ahora bien, para
aquellos que ya estáis pensando abandonar este blog y abrir una de esas webs
que os estimulan –todo sea por el bien de vuestra salud prostática, por
supuesto-, os voy a chafar la guitarra con otro estudio titulado “Estructura cerebral y conectividad funcional asociadas al consumo de
pornografía” (JAMA
Psychiatry 2014;71:827-834).
Resulta que
científicos del Instituto Max Planck de Desarrollo Humano de Berlín
investigaron el cerebro a 64 individuos que se pasaban horas y horas viendo
porno. Vieron que cuanto más tiempo dedicaban a ello menos materia gris tenían
en el núcleo caudado derecho, región del cerebro implicada en la memoria y el
aprendizaje, que se encogió en esta gente. Además, ese núcleo caudado derecho
suele estar conectado con el córtex prefrontal dorsolateral izquierdo, pero
resulta que entre los grandes consumidores de porno se pierde parte de esa
conectividad.
Es más, observaron
que la actividad funcional del putamen izquierdo (estructura cerebral con un nombre tan sugestivo que no
debería obviarse nunca en cualquier estudio sobre la influencia neurológica del
porno) se veía alterada con un exceso de horas ante la pantalla.
¿Qué significa todo
esto? ¿Que el cerebro se encoge? Pues la verdad es que alguna zona sí. La
explicación de los autores es que esas observaciones pueden reflejar los
cambios que se producen en la plasticidad neural y que todo ello se relaciona
con los mecanismos de recompensa del cerebro, de manera que acostumbrarse
demasiado a ver porno provocará que los estímulos sexuales sean cada vez menos estimulantes.
En fin, aquí os he dado los datos y allá cada
cual. Que cada uno valore si aprecia más su próstata o su cerebro.
Lo que no hagan los americanos,,,,,
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