La semana pasada colgué aquí un artículo
sobre un ciudadano chino que acabó en el hospital con una infección por
hongos provocada por su costumbre diaria de olfatear sus calcetines usados. Es
un caso chocante, pero hay que decir en su defensa que el hombre no pensaba en
las graves consecuencias clínicas que podía tener su hábito, sino tan solo en si podía ponerse sus calcetines sucios un días má –o dos o tres- antes de meterlos en la
lavadora.
En comparación, el caso clínico que os traigo hoy no tiene defensa ninguna. El
sujeto chino era tal vez un inconsciente, pero el protagonista de lo que os voy
a contar es un zopenco con todas las letras.
Los médicos que firman el artículo trabajan en un hospital de Tallaght, una localidad cercana a Dublín. En un artículo publicado el pasado enero en el Irish Medical Journal (2019;112(1):857)
explicaban el caso de un hombre de 33 años que acudió a su consulta quejándose
de un fuerte y súbito dolor de espalda. Comentó que tres días antes había tenido
que levantar un objeto pesado y que sus síntomas habían aumentado desde
entonces.
A la hora de examinarlo, los médicos advirtieron que en su
antebrazo tenía eritema que les llamó la atención. Cuando le
interrogaron, ni corto ni perezoso explicó que se había inyectado su propio
semen en una vena del brazo con intención de comprobar si tan descabellado
tratamiento le aliviaba el dolor de espalda. Además, dijo que no se lo había aconsejado ningún
médico ni el vecino zumbado del quinto ni la portera, sino que había sido una idea
propia... como el semen. Si aspiraba a ganar el Nobel de Medicina, ya os adelanto que tiene pocas probabilidades.