En el artículo anterior escribí sobre el llamado “Efecto
Mozart” y de cómo la propia responsable del estudio que dio pie al revuelo
mediático que tuvo lo cuestionaba, diciendo que su pequeña investigación no
demostraba en ningún momento que escuchar al genio de Salzburgo volviera más
inteligentes a las personas.
También comentaba un insólito estudio en el que se concluía
que los endoscopistas que practicaban colonoscopias aumentaban su tasa de
detección de pólipos precancerosos si escuchaban música de Mozart.
El tema de la influencia de la música sobre la inteligencia,
las habilidades médicas o incluso sobre la propia salud ha llenado muchas
páginas de literatura científica. Por ejemplo, se ha estudiado si la música de
Mozart influye en los resultados de la campimetría –prueba para evaluar el
campo visual- en pacientes con glaucoma (Investigative
Ophthalmology & Visual Science 2010,51:5521). Por cierto, se observó
que no influía en absoluto.
Incluso se ha comparado la música de Bach con la de Mozart
en recién nacidos prematuros para comprobar si les ayuda a reducir el gasto de
energía en reposo (Journal of
Perinatology 2014;34:153-155). En este caso sí que observaron diferencias a
favor del compositor austriaco y en contra del alemán.