Comprobar qué tipo de artículos de este blog tienen más
visitas reafirma mi primera impresión de que a los lectores les gusta el morbo
y la carnaza. Así que, después de dos posts –podríamos calificar de “ligeros”-
dedicados a la música y al riesgo de muerte de los rockeros famosos, recupero
un caso clínico ya algo antiguo que apareció en el viejo blog de ‘JANO’.
En cierto modo, enlaza con el caso clínico de la semana
pasada sobre la maestra india que aspiró un condón practicando una felación y
que lo tuvo en el pulmón durante meses. La relación con el caso que voy a
comentar es que los médicos también tuvieron que actuar como sesudos detectives
para resolver un misterio.
Del mismo modo que la maestra india, el bochorno fue el
motivo de que médicos de Groenlandia tardarán en dar con el origen de la
enfermedad de un capitán de un barco pesquero que fue a la consulta con
síntomas de gonorrea, enfermedad cuyo diagnóstico se confirmó con un análisis
de sangre.
El caso clínico (Genitorutinary Med 1993;69:322) representó
un reto en el que tuvieron que echar mano de todas sus dotes persuasivas en el
ámbito del interrogatorio para hallar la fuente de la infección, dado que se
trataba de una enfermedad de declaración obligatoria.
El hombre volvía de un viaje por mar de 3 meses y estaba
claro que se había contagiado a bordo. Sin embargo, no había mujeres en el
navío y él juró y perjuró que en su vida había mantenido relaciones sexuales
con hombres.
El interrogatorio, al más puro estilo detectivesco, acabó
con la confesión de que había sustraído temporalmente la muñeca hinchable que
guardaba en el armario uno de los tripulantes para satisfacer sus instintos
carnales –en este caso plásticos-. Más tarde se confirmó que el propietario de la
muñeca –toda una pelandusca de cuidado, aunque fuera artificial- había
contraído la gonorrea antes del inicio del viaje de vuelta.
Cuando el Dr. Harald Moi, autor del artículo, titulado
"Transmisión de la gonorrea a través de un muñeca hinchable", acudió
a recoger el Premio Ig Nobel de Salud Pública en 1996, señaló que "el
mayor problema al que nos enfrentamos fue cómo comunicar los hechos a la esposa
del paciente". Y es que en estas cosas no hay que fiarse de nadie... ni de
nada.
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