"Por Janis, Lennon, Allman, Hendrix, Bolan, Bonham,
Brian y Moon". Así rezaba una canción de principios de los ochenta de
Barón Rojo, titulada ‘Concierto para ellos’, con la que la banda de rock duro
rendía homenaje a figuras del pop/rock fallecidas. A esa triste lista podrían
añadirse las posteriores muertes de Freddie Mercury, Kurt Cobain, Amy Winehouse
y Whitney Houston, entre otros.
Ninguno llegó a viejo, reflexión que posiblemente condujo a
expertos en salud pública de Liverpool y Manchester a iniciar un estudio para
discernir si las estrellas del rock tienen un mayor riesgo de muerte prematura
que el resto de los mortales.
Para ello elaboraron un catálogo con los músicos e
intérpretes responsables de los 1.000 álbums más vendidos de la historia del
rock, punk, rap, pop, rhythm & blues y new age. En total, 1.064 célebres
estrellas norteamericanas y europeas, de las que se recogieron datos de
supervivencia a partir del momento en que alcanzaron la fama.
El estudio, publicado en el Journal
of Epidemiology and Community Health (2007;61:896–901),
revela que, en efecto, entre los 3 y los 25 años posteriores a haberse hecho
famosos, los ídolos del pop/rock tienen casi el doble de probabilidades de
morir en comparación con el resto de personas de su misma edad y sexo. De ese
total de 1.064 individuos incluidos en la investigación, 100 habían muerto
entre 1956 y 2005. La media de edad en el momento de fallecer fue de 42 años
para los músicos norteamericanos y de 35 para los europeos.
En el caso de sobrevivir 25 años desde el inicio de su fama,
los europeos rebajan su riesgo de muerte hasta alcanzar tasas similares a las
de cualquier hijo de vecino –tal vez por eso vemos tan en forma, pese a la
edad, a dinosaurios del rock como los Rolling Stones-, pero no sucede así con
los norteamericanos, que siguen enfrentándose a un mayor riesgo.
Bien cierto es que el alcohol y las drogas, muy asequibles
en un mundillo que mueve grandes fortunas, tienen buena parte de culpa en esta
situación –están implicados en una de cada cuatro muertes registradas-, y así
lo reconocen los autores, a quienes podemos agradecer que hayan mostrado con
cifras objetivas unas estadísticas que intuitivamente sospechábamos. Dejan
claro que, por el motivo que sea, ser estrella de la música es una profesión de
riesgo, lo mismo que, según investigaciones anteriores, ser personaje de
culebrón televisivo británico (BMJ
1997:315:1649-1652) o saxofonista de jazz (BMJ 1999;319:1612-1613).
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