En el número
navideño del ‘British Medical Journal’ se publicó hace unos cuantos años un espinoso
caso clínico (BMJ
2007;335:1281). El doctor Robert J. Douglas, que trabajaba en el servicio
de urgencias de un hospital de Adelaida, en Australia, explicaba que tuvo que
asistir a un jugador de fútbol australiano de 24 años que ese mismo día había
estado de celebración con sus compañeros de equipo por haber ganado la liga.
Fue a
urgencias porque sentía como si tuviera algún objeto extraño en la garganta que
le impedía respirar con normalidad. Las primeras exploraciones fueron
infructuosas, pero en la radiografía de tórax que se realizó a continuación se pudo
ver a la altura del arco aórtico un objeto metálico de forma circular. Tenéis
la imagen aquí arriba a la derecha. Le practicaron una endoscopia y el objeto
extraído resultó ser una chapa de una botella de cerveza.
Por lo
visto, los jugadores llenaron el trofeo con cerveza y el protagonista del caso
clínico, que se bebió el líquido que quedaba en la copa, se tragó la chapa sin
darse cuenta. Para eso hay que tener buenas tragaderas o hay que estar bastante
cocido de alcohol, dos circunstancias que probablemente coincidieron en la
misma persona durante la celebración de la liga. De hecho, el análisis de
sangre mostró una concentración de etanol en sangre de 0,109 gramos por
decilitro, indicativos de una tajada considerable.
El doctor Roberts reconoce que el consumo de alcohol excesivo es una consecuencia habitual de las celebraciones de victorias deportivas, pero que encontrar una chapa de cerveza en el esófago de alguien no tiene nada de habitual, ni siquiera en los servicios de urgencias de los hospitales australianos. Este médico, que no parece ser muy fan de la cerveza, apuesta más por el uso del champán. Explica que llevó a cabo una búsqueda exhaustiva de casos de obstrucción esofágica por ingestión de un corcho de champán o de vino y no encontró nada de nada en la literatura médica. “Desde el siglo XVIII el champán ha sido la bebida elegida para las celebraciones –escribió- y, basándonos en la actual evidencia, debería seguir siéndolo”. De hecho, tituló el artículo "Champán: La elección más segura para celebraciones".
Sin embargo, eso no es cierto. El champán tiene sus riesgos. O más bien el propio tapón de corcho,
tal como indican algunos lectores del ‘British Medical Journal’ en el apartado
de respuestas al artículo. Si buscamos casos clínicos de lesiones oculares
causadas por festivos taponazos champañescos lo cierto es que encontraremos
unos cuantos.
En el
libro de ‘Si Galileo...” ya comenté en su día algún artículo al respecto. Por
ejemplo, médicos holandeses hablaban de este tipo de peligro relatando los
casos de dos pacientes, de 31 y 15 años, respectivamente, que recibieron taponazos
directos en el ojo (Ned Tijdschr Geneeskd 1994;138:2594-2596). Uno de ellos
tuvo una hemorragia relativamente grave en la cámara anterior del globo ocular
y tuvo que ser operado, mientras que el otro se pudo recuperar gracias a
tratamiento con medicamentos. Los autores holandeses opinaban que estas heridas
por disparo de botella de champán son mucho más frecuentes de lo que se piensa,
sobre todo en las noches de fin de año.
Otro
trabajo sobre el tema lo encontramos en el ‘British Journal of Ophthalmology’ (Br J Ophthalmol 2004;88:69-71).
Lo firmaban oftalmólogos de la Universidad de Alabama y lo que hicieron fue
revisar las bases de datos de lesiones oculares de Estados Unidos, México y
Hungría. Estas tres bases de datos recogían información de casi 13.000 lesiones,
de las cuales 90 (el 0,7%) estaban causadas por las chapas o tapones de las
botellas o por esquirlas de vidrio. Sin embargo, apuntaban que la comparación entre
países arrojaba algunas diferencias interesantes, puesto que la incidencia en
Hungría era del 3,1%, mientras que en México era solo del 0,9% y en Estados
Unidos del 0,3%.
Más sorprendente si
cabe es que el 71% de las lesiones por tapones o esquirlas registradas en Hungría
habían sido causadas por corchos de botellas de champán, un porcentaje portentoso
si tenemos en cuenta que en Estados Unidos era del 20% y en México del 0%. De
todo esto podemos deducir un par de cosas. Por un lado, que realmente es un
tipo de lesión más común de lo que la gente cree. Por otro, que si algún día el
taponazo en el ojo se convierte en disciplina olímpica los húngaros arrasarán
con las medallas.
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