miércoles, 30 de diciembre de 2015

Un caso de erección perpetua

En 1989 el escritor Quim Monzó publicó ‘La magnitud de la tragedia’. La novela relataba las desventuras de un trompetista que, tras intentar ligarse a una vedette del teatro donde trabajaba y no poder tener relaciones con ella por pasarse con la bebida, consigue finalmente la erección deseada. Hasta ahí, bien. Pero al día siguiente descubre que se trata de una erección permanente. Eso tiene como ventaja que puede complacer a las mujeres sin problemas. Pero también tiene un alto precio, puesto que el médico al que consulta le informa de que su enfermedad es irreversible y que morirá en pocas semanas.

Aquella narración enlaza con el caso clínico que protagoniza este post. Apareció en el ‘Journal of Sexual Medicine’ (2012;9:844–848) y nos cuenta lo que le sucedió a un joven iraní de 21 años a quien se le ocurrió la feliz e inconsciente idea de tatuarse el pene con una dedicatoria a su novia. Le pidió al tatuador que escribiera a lo largo del tronco del aparato la frase “Buena suerte con tus viajes”. No sé si la cosa tenía doble sentido o no. Si alguien tiene curiosidad por saber cuánto espacio ocupa la frase en farsi –la lengua persa-, en el enlace que lleva al resumen del artículo se incluye una foto de lo más explícito que prefiero no reproducir aquí por aquello del horario infantil. Vosotros mismos... He optado por una ilustración más "metafórica".

Para rematar la jugada, también se hizo tatuar una “M” mayúscula en la punta del glande, lo cual me produce escalofríos en el espinazo solo de pensarlo. La letra era la inicial del nombre de la novia. Si el chaval cambia de novia y su nombre no empieza igual, no sé qué explicaciones le dará. Pero en fin, es problema suyo...

La primera consecuencia de la disparatada ocurrencia fue el dolor. En parte, era de esperar. La cuestión es que al chico le dolió durante los ocho días posteriores al tatuaje. La segunda, que el falo se le quedó semierecto de forma permanente, como al protagonista de la mencionada novela. Hasta Quevedo le hubiera dedicado un soneto.

A los tres meses decidió ir al médico. Al principio dijo que se había hecho el tatuaje hacía años, pero finalmente confesó que era bastante más reciente y que estaba “semiempalmado” justo desde entonces. Los médicos, que pertenecen a la Universidad de Kermanshah, lo estudiaron a fondo y concluyeron que se trata del primer caso descrito de “priapismo no isquémico provocado por un tatuaje”. Yo especificaría "provocado por gilipollas", pero claro, eso no es lenguaje propiamente científico.

Como ya sabréis, el priapismo es un trastorno caracterizado por una erección continua –de al menos tres o cuatro horas de duración- que cursa con dolor. Se debe a un exceso de sangre en el cuerpo cavernoso del pene, a veces porque entra demasiada  en las arterias –por ejemplo, debido a un traumatismo- y en ocasiones porque las venas no son capaces de drenarla hacia otras partes del organismo –como ocurre en algunas enfermedades hematológicas o como complicación de haber tomado determinados medicamentos-.

Y también sabréis -y si no, os lo explico ahora mismo- que priapismo viene de Príapo, un dios mitológico de la fertilidad al que los antiguos griegos y romanos representaban con un enorme miembro en posición de firmes. Lo adoraban, entre otras cosas, como protector de cabras y ovejas, lo cual da pie al chiste fácil. Pero no, no voy a caer en la provocación.

Volvamos con el jovenzuelo iraní. Los sesudos médicos descartaron todas las posibles causas conocidas de priapismo: lesiones, leucemia, anemia de células falciformes, infecciones urinarias, consumo de drogas... Tanto el brillante color de la sangre aspirada como las altas concentraciones de oxígeno y bajas en dióxido de carbono en las muestras obtenidas sugerían que el problema era arterial y no venoso. A su juicio, un pinchazo demasiado profundo de la aguja del tatuador causó una hemorragia interna que desencadenó la semierección perpetua.

Para tratar al muchacho optaron por la embolización, procedimiento útil para reducir o eliminar el flujo de sangre arterial, pero explicaban que en su ciudad no era posible y que Irán no es precisamente un país abundante en expertos para realizar una embolización superselectiva. En cualquier caso, remitieron al paciente a uno de ellos, pero lo que hizo fue recurrir al llamado procedimiento de Sacher (nada que ver con la tarta de chocolate vienesa), consistente en un ‘shunt’ -o derivación- para extraer la sangre del cuerpo cavernoso o esponjoso del pene. Era un procedimiento no indicado para este caso y, tal como esperaban los autores, no funcionó.

Parece que la confianza depositada en los galenos iraníes cayó estrepitosamente después de ese intento curativo, puesto que el individuo desistió de buscar soluciones médicas. Tampoco creo que optara por la acupuntura después de la experiencia. Ya no le dolía, podía mantener erecciones moderadamente aceptables en sus relaciones sexuales y, visto lo visto, cuanto más alejara su verga de los cirujanos, más a salvo estaría de posibles carnicerías. Así que, tal como recuerdan los autores del caso clínico, decidió quedar “semiempalmado” y feliz con su tatuaje para el resto de sus días. Como un moderno ‘homo erectus’. O al menos ‘medio erectus’.


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