miércoles, 16 de diciembre de 2015

Presidente del gobierno, profesión de riesgo

“Los jefes de gobierno envejecen más rápido que las personas normales...” Esa frase despertó ayer mi atención en un noticiario televisivo. Lo confirmaba un estudio científico, nada menos... Y la presentadora se tomaba muy en serio la noticia mientras aparecían fotos de Obama con un pelo más canoso en la actualidad que antes de ser presidente.

Para mí la noticia significaba en particular que ya se había publicado el número navideño del ‘British Medical Journal’, que esperaba desde hace unos días. Esta longeva publicación es una de las revistas de medicina más leídas del mundo y tiene la costumbre de incluir en su último número de diciembre investigaciones insólitas y extravagantes que ponen de manifiesto el sentido del humor de los galenos de todos los rincones del mundo. Plantean hipótesis curiosas, a veces estrafalarias, y las investigan con una metodología presumiblemente seria. Por ejemplo, ¿se puede tomar alguien en serio un estudio que evalúe si los cirujanos son más guapos que los especialistas en medicina interna? Pues una investigación de este calibre fue publicada por especialistas del Hospital Clínic de Barcelona hace unos años (BMJ 2006;333:1291-1293). Algún día la recuperaré para este blog. Evidentemente, ni ellos mismos se tomaban en serio su artículo, pensado a propósito para que apareciera en el número navideño de la revista o con aspiraciones a ganar un Premio Ig Nobel.

Son muy típicos de esta publicación los estudios sobre el riesgo de muerte de determinados grupos de personas, reales o ficticias. En otros posts ya he comentado trabajos parecidos, uno sobre estrellas del rock (Journal of Epidemiology and Community Health 2007;61:896–901), otro sobre los personajes de dibujos animados (BMJ 2014;349:g7184), y también los hubo sobre los saxofonistas de jazz (BMJ 1999;319:1612-1613) y sobre personajes de culebrones británicos (BMJ 1997:315:1649-1652).

El nuevo artículo sobre el envejecimiento de los jefes de gobierno se encuadra en esta clase de investigaciones que no deben tomarse demasiado en serio, como hacen algunos periodistas desconocedores de esta simpática tradición de la publicación británica, y al que acompañan otros artículos cargados de sarcasmo sobre las infecciones causadas por zombis o la maldición del maillot arco iris, que identifica al último campeón del mundo de ciclismo y que, por lo visto, es una prenda bastante gafe.

Pero vayamos al estudio en cuestión (BMJ 2015;351:h6424). Lo firman investigadores de varios centros universitarios de Estados Unidos y se planteó con el objetivo de averiguar si ser elegido jefe de gobierno es algo asociado a un envejecimiento prematuro y a una mortalidad acelerada en comparación con candidatos que optaron al cargo y que nunca lo ocuparon. El punto de partida fue si el estrés que conlleva el oficio de gobernar puede hacer mella en la salud de los dirigentes, aunque en algunos casos particulares nadie lo diría.

La muestra del estudio estuvo formada por 540 individuos de 17 países –España incluida- y abarca desde 1722 a 2015. Los autores tuvieron en cuenta la edad a la que murieron todos ellos, así como la expectativa de vida que tenían las personas de su misma edad y sexo en el momento en que fueron elegidos o fueron candidatos.

Los resultados nos muestran que aquellos que llegaron a presidentes, jefes de gobierno o primeros ministros –según se denomine el cargo en cada país- viven de promedio 4,4 años menos tras su última elección que los candidatos que no llegaron a gobernar (13,4 frente a 17,8 años). No obstante, hay que tener en cuenta que aquellos que llegaron a jefe de gobierno tenían de media 3,8 años más que los candidatos que no alcanzaron el cargo. Para resolver este sesgo, los investigadores realizaron los debidos ajustes por expectativa de vida y observaron que los líderes elegidos viven de media 2,7 años menos que los candidatos no elegidos. 

Por otro lado, el estudio solamente ha tenido en cuenta a países democráticos o épocas en las que existían elecciones democráticas en ellos. De hecho, si uno se fija en Fidel Castro o en los gerifaltes añosos que han gobernado la Unión Soviética o China desde hace décadas difícilmente concluiría que son gente en la flor de la vida predestinada a morir joven.

Sobre todo esto cabe preguntarse si a algún científico ocioso se le ha ocurrido comparar la expectativa de vida de los políticos con la de los mineros, los pescadores o los albañiles. Es solo una idea para saber qué trabajo es en verdad más arriesgado.

La cuestión es que en el mismo número de la revista hay otro estudio relacionado que ha investigado la mortalidad en los miembros del Parlamento británico (BMJ 2015;351:h6563), tanto los de la Cámara de los Lores como de los Comunes, comparada con la de la población general británica. Los autores de este trabajo utilizaron datos de 4.950 políticos que ocuparon sus escaños entre 1945 y 2011.

Los resultados revelan que ser parlamentario en el Reino Unido, además de implicar un riesgo mortal inferior a ser jefe de gobierno, a tenor de las conclusiones del otro estudio, las tasas de mortalidad de lores y comunes son menores que las de la población británica que no se dedica a la alta política. Es más, el riesgo de fallecimiento prematuro es un 19% inferior para los conservadores que para los laboristas, aunque el factor que parece influir más no es ser de derechas o de izquierdas, sino el grado de educación de cada cual.

En fin... todo esto nos puede hacer reflexionar sobre la campaña electoral en la que estamos inmersos en España estos días. ¿Se volvería blanca la coleta de Pablo Iglesias en cuatro años en el caso de que llegara a presidir el gobierno? ¿Veríamos más arrugas y patas de gallo en los rostros de Albert Rivera o Pedro Sánchez al final de la próxima legislatura? Lo cierto es que el actual presidente, Mariano Rajoy, aventaja en bastantes años a sus candidatos directos, por lo que la lógica nos dice que tiene más probabilidades de morir antes que ellos. Eso sí, dudo que sea por estrés.


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