“Los jefes de gobierno envejecen más rápido que las personas
normales...” Esa frase despertó ayer mi atención en un noticiario televisivo.
Lo confirmaba un estudio científico, nada menos... Y la presentadora se tomaba
muy en serio la noticia mientras aparecían fotos de Obama con un pelo más canoso en la actualidad que antes de ser presidente.
Para mí la noticia significaba en particular que ya se había publicado el número navideño del ‘British
Medical Journal’, que esperaba desde hace unos días. Esta longeva
publicación es una de las revistas de medicina más leídas del mundo y tiene la
costumbre de incluir en su último número de diciembre investigaciones insólitas y extravagantes que ponen de manifiesto el sentido
del humor de los galenos de todos los rincones del mundo. Plantean hipótesis
curiosas, a veces estrafalarias, y las investigan con una metodología
presumiblemente seria. Por ejemplo, ¿se puede tomar alguien en serio un estudio
que evalúe si los cirujanos son más guapos que los especialistas en medicina
interna? Pues una investigación de este calibre fue publicada por especialistas del Hospital Clínic de Barcelona hace unos años (BMJ 2006;333:1291-1293). Algún día la recuperaré para este blog. Evidentemente, ni ellos mismos se tomaban en serio su
artículo, pensado a propósito para que apareciera en el número navideño de la
revista o con aspiraciones a ganar un Premio Ig Nobel.
Son muy típicos de esta publicación los estudios sobre el
riesgo de muerte de determinados grupos de personas, reales o ficticias. En
otros posts ya he comentado trabajos parecidos, uno sobre estrellas del rock (Journal
of Epidemiology and Community Health 2007;61:896–901), otro sobre los
personajes de dibujos animados (BMJ 2014;349:g7184),
y también los hubo sobre los saxofonistas de jazz (BMJ 1999;319:1612-1613) y
sobre personajes de culebrones británicos (BMJ
1997:315:1649-1652).
El nuevo artículo sobre el envejecimiento de los jefes de
gobierno se encuadra en esta clase de investigaciones que no deben tomarse demasiado
en serio, como hacen algunos periodistas desconocedores de esta simpática
tradición de la publicación británica, y al que acompañan otros artículos
cargados de sarcasmo sobre las infecciones causadas por zombis o la maldición
del maillot arco iris, que identifica al último campeón del mundo de ciclismo y
que, por lo visto, es una prenda bastante gafe.
Pero vayamos al estudio en cuestión (BMJ 2015;351:h6424). Lo
firman investigadores de varios centros universitarios de Estados Unidos y se
planteó con el objetivo de averiguar si ser elegido jefe de gobierno es algo
asociado a un envejecimiento prematuro y a una mortalidad acelerada en
comparación con candidatos que optaron al cargo y que nunca lo ocuparon. El
punto de partida fue si el estrés que conlleva el oficio de gobernar puede
hacer mella en la salud de los dirigentes, aunque en algunos casos particulares
nadie lo diría.
La muestra del estudio estuvo formada por 540 individuos de
17 países –España incluida- y abarca desde 1722 a 2015. Los autores tuvieron en
cuenta la edad a la que murieron todos ellos, así como la expectativa de vida
que tenían las personas de su misma edad y sexo en el momento en que fueron
elegidos o fueron candidatos.
Los resultados nos muestran que aquellos que llegaron a presidentes, jefes
de gobierno o primeros ministros –según se denomine el cargo en cada país-
viven de promedio 4,4 años menos tras su última elección que los candidatos que
no llegaron a gobernar (13,4 frente a 17,8 años). No obstante, hay que
tener en cuenta que aquellos que llegaron a jefe de gobierno tenían de media 3,8 años más
que los candidatos que no alcanzaron el cargo. Para resolver este sesgo, los
investigadores realizaron los debidos ajustes por expectativa de vida y
observaron que los líderes elegidos viven de media 2,7 años menos que los
candidatos no elegidos.
Por otro lado, el estudio solamente ha tenido en cuenta a
países democráticos o épocas en las que existían elecciones democráticas en
ellos. De hecho, si uno se fija en Fidel Castro o en los gerifaltes añosos que
han gobernado la Unión Soviética o China desde hace décadas difícilmente
concluiría que son gente en la flor de la vida predestinada a morir joven.
Sobre todo esto cabe preguntarse si a algún científico ocioso se le ha ocurrido comparar la expectativa de vida de los políticos con la de los mineros, los pescadores o los albañiles. Es solo una idea para saber qué trabajo es en verdad más arriesgado.
La cuestión es que en el mismo número de la revista hay otro estudio
relacionado que ha investigado la mortalidad en los miembros del Parlamento
británico (BMJ
2015;351:h6563), tanto los de la Cámara de los Lores como de los Comunes,
comparada con la de la población general británica. Los autores de este trabajo
utilizaron datos de 4.950 políticos que ocuparon sus escaños entre 1945 y
2011.
Los resultados revelan que ser parlamentario en el Reino
Unido, además de implicar un riesgo mortal inferior a ser jefe de gobierno, a tenor de las conclusiones del otro estudio, las tasas de
mortalidad de lores y comunes son menores que las de la población británica que no se dedica a la alta política.
Es más, el riesgo de fallecimiento prematuro es un 19% inferior para los
conservadores que para los laboristas, aunque el factor que parece influir más
no es ser de derechas o de izquierdas, sino el grado de educación de
cada cual.
En fin... todo esto nos puede hacer reflexionar sobre la campaña
electoral en la que estamos inmersos en España estos días. ¿Se volvería
blanca la coleta de Pablo Iglesias en cuatro años en el caso de que llegara a
presidir el gobierno? ¿Veríamos más arrugas y patas de gallo en los rostros de Albert Rivera o
Pedro Sánchez al final de la próxima legislatura? Lo cierto es que el actual
presidente, Mariano Rajoy, aventaja en bastantes años a sus candidatos directos,
por lo que la lógica nos dice que tiene más probabilidades de morir antes que ellos. Eso sí, dudo que sea por estrés.
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