martes, 5 de enero de 2016

Enfermedad mental en el Bosque de los Cien Acres

Noche de Reyes. Millones de niños se irán nerviosos a la cama y despertarán revolucionados en busca de sus nuevos juguetes. Seguro que más de uno desenvolverá un osito de trapo y probablemente alguno tendrá la apariencia de Winnie Pooh, un personaje que ideó el escritor A.A. Milne y que popularizó la Disney con sus películas y vídeos. Por eso aprovecho para rescatar un artículo que comenté hace años. Apareció publicado en el ‘Canadian Medical Association Journal’ (CMAJ 2000;163:1557-1559), revista que también tiene la costumbre de incluir algún artículo divertido en su último número de cada año.

Seguro que lo sabéis, pero por si acaso os recuerdo que Winnie Pooh es un goloso osito de trapo que vive en el llamado Bosque de los Cien Acres, y sus amigos son un burro, un tigre, un conejo, una mamá canguro y su hijo, un búho, un cerdito y un niño llamado Christopher Robin.

En definitiva, un mundo de ficción aparentemente feliz si no fuera porque, según investigadores canadienses, sus habitantes tienen importantes problemas mentales. Parece que el Bosque de los Cien Acres no ejerce una buena influencia sobre la salud de sus moradores, puesto que a juicio de los científicos, que aplicaron los más modernos criterios de diagnóstico psiquiátrico, todos los personajes presentan, en mayor o menor medida, algún tipo de trastorno mental.
"En apariencia –comienzan su artículo- es un mundo inocente: Christopher Robin, viviendo en un bonito bosque, rodeado de sus leales amigos animales. Generaciones de lectores de las historias de Winnie Pooh, de A. A. Milne, han disfrutado de estos cuentos aparentemente benignos. Sin embargo, las perspectivas cambian con el tiempo y está claro, para nuestro grupo de modernos investigadores de la neurología del desarrollo, que se trata de historias de individuos seriamente problemáticos, muchos de los cuales cumplen los criterios DSM-IV de trastornos psiquiátricos". El DSM o ‘Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders’ es algo así como la Biblia diagnóstica de los psiquiatras. La edición vigente desde 2013 es el DSM-V.

Empezando por el protagonista, el oso Winnie Pooh, señalaban que este "desafortunado" personaje presenta un claro trastorno por déficit de atención e hiperactividad, además de una fijación obsesiva por la miel. Esto último ha contribuido, además, a su patente obesidad. Su actitud, según los investigadores canadienses, muestra que sufre un trastorno obsesivo compulsivo y, a la larga, puede acabar desarrollando el síndrome de Tourette, trastorno caracterizado por múltiples tics y, en determinados casos, por la exclamación de palabras obscenas y comentarios despectivos. Atendiendo a las diversas patologías que presenta Winnie Pooh, los autores consideraban apropiado que fuera tratado con un metilfenidato, un psicoestimulante utilizado para el trastorno por déficit de atención e hiperactividad.

Piglet, el cerdito, tampoco salía bien parado. Para los autores del artículo su comportamiento es claramente indicativo de un trastorno de ansiedad generalizado. De haber sido diagnosticado en la infancia y tratado desde joven con algún fármaco ansiolítico, mejor le hubieran ido las cosas.

La depresión crónica o distimia es el diagnóstico del burrito de trapo. La amputación traumática de su cola, cuyos pedazos lleva atados con un lazo, es posiblemente el origen de la enfermedad del siempre triste y pesimista Igor. El Prozac sería el tratamiento de elección, según los autores.

El tigre Tigger, que siempre aparece dando brincos como un poseso, también presenta un trastorno por déficit de atención e hiperactividad del subtipo impulsivo. Por su parte, el búho es disléxico, mientras que el conejo muestra un trastorno de personalidad narcisista.

Los investigadores se declaraban preocupados por el cangurito Rito, debido al patológico ambiente en que se cría y al hecho de no tener padre conocido. Puestos a hacer predicciones, aventuraban que acabará siendo un delincuente juvenil. Por otro lado, su mejor amigo es Tigger, quien no desempeña un papel modélico para el joven Rito. En fin, que su futuro no parece nada halagüeño y sin duda acabará afectando a la salud mental de su protectora madre.

Por último, la tomaban con el niño Christopher Robin. No encontraron en él ninguna enfermedad diagnosticable, pero algunas características eran consideradas signos de preocupación. "Tenemos el problema obvio –escribían- de una completa ausencia de supervisión por parte de los padres, por no mencionar el hecho de que este niño pasa el tiempo hablando con los animales."

Ante todos estos datos cabe preguntarse si es conveniente que dejemos a los niños ver las historias de Winnie Pooh sin temor a que ello repercuta en su salud mental, aunque está claro que el "estudio" no es más que una ocurrente broma. A los ojos de un científico, una tristeza, alegría y nerviosismo relativamente normales pueden a veces ser sinónimos de depresión, hiperactividad y ansiedad, algo que plantearon con fina ironía los autores de este divertido artículo, que lleva también implícita una crítica relativa al abuso o mal uso de herramientas diagnósticas como el DSM.

Mucho peor fue recomendar a los padres prohibir que sus hijos vieran los Teletubbies, como hizo un famoso predicador norteamericano de la época, alegando que uno de ellos –el llamado Tinky Winky- era homosexual. Su color lila, el triángulo invertido que llevaba sobre su cabeza y que a veces apareciera con un bolso rojo eran signos evidentes de su orientación sexual, en opinión de la mente calenturienta y retorcida del predicador en cuestión, un evangelista bastante influyente en Norteamérica llamado Jerry Falwell que falleció en 2007. En su misma línea encontramos a otro predicador llamado James C. Dobson, que alertó sobre las inmorales tendencias gays de Bob Esponja. A estos sí que le hacía falta consultar a un buen psiquiatra.

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