martes, 1 de diciembre de 2015

Besos y revolcones contra los síntomas alérgicos


“Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso... ¡yo no sé
qué te diera por un beso!”

Está claro que Bécquer es uno de los más célebres, si no el que más, representante de nuestro Romanticismo literario. Sabemos que murió a causa de la tuberculosis, pero desconocemos si era alérgico a los ácaros del polvo, al polen del olivo o a los pelos de gato, a pesar de su insistencia en desear un beso de su amada.

¿Por qué suelto todo esto? Pues resulta que uno de los Premios Ig Nobel concedidos este año, concretamente en la categoría de Medicina, fue a parar a un investigador japonés, especializado en el tema de las alergias que ha dedicado buena parte de sus experimentos a revelarnos los beneficios saludables de un buen morreo.

En la ceremonia de entrega se citaron tres de sus trabajos publicados en revistas científicas. El primero data del año 2003 y vio la luz en ‘Physiology & Behavior’ (2003;80:395-398). El doctor Hajime Kimata, que así se llama nuestro romántico investigador, reclutó a 90 individuos, de los cuales 30 no tenían problemas alérgicos, 30 sufrían rinitis alérgica y los 30 restantes dermatitis atópica. Los ácaros del polvo doméstico y el polen de cedro japonés eran las sustancias que desencadenaban los síntomas en estos 60 últimos individuos con patología alérgica.

Lo que hizo el amigo Kimata fue poner a todas estas personas a besarse intensamente durante media hora con sus amantes, novios o cónyuges en una habitación cerrada mientras escuchaban música suave. Pero antes de la acción y después, inyectó a los sujetos del estudio las citada sustancias causantes de alergia, además de histamina –que también desencadena reacciones similares en la piel- y otra sustancia control. El investigador estudió los habones que aparecieron en la piel de los participantes y tomó muestras de sangre para medir las concentraciones de neurotrofinas.

Los resultados nos revelan que aquellos besos apasionados provocaron en los individuos alérgicos que las reacciones en su piel causadas por los ácaros y por el polen fueran mucho menos intensas de lo esperado, de lo que deduce que esos ósculos románticos afectan de alguna manera a la neuroinmunología de los sujetos estudiados.

Kimata profundizó más en el tema de los besos en otro experimento publicado tres años después en el ‘Journal of Psychosomatic Research’ (2006;60:545-547). El método fue el mismo: besarse con la pareja en la habitación cerrada con música sugerente. Los pacientes en esta ocasión fueron 24 con dermatitis atópica y 24 con rinitis alérgica, y lo que comprobó el erudito doctor nipón fue que besarse disminuyó en estos sujetos la producción inmunoglobulina E específica de los alergenos, lo cual significa que experimentaron menos síntomas de alergia.

Los estudios citados no puntualizaban si algún participante, aprovechando la intimidad de la situación, se propasó más de lo que la ciencia le demandaba. No obstante, el responsable de la investigación seguramente pensó tras el primer experimento que, si tan solo besándose se conseguían esos buenos resultados, ¿qué no se lograría con un buen revolcón?

En este punto llegamos al tercer estudio, aparecido en ‘Sexual and Relationship Therapy’ (2004;19:151-154). Esta vez en lugar de poner a los participantes –alérgicos y no alérgicos- a besarse con las parejas los hizo retozar como leones. Aquí ya no sabemos si les puso música o no. El autor destaca que la inyección de pequeñas cantidades de polen de cedro japonés o de ácaros del polvo provocó reacciones cutáneas menos intensas de lo esperado en los pacientes con rinitis alérgica o dermatitis atópica durante el acto sexual. “Se trata del primer estudio que ha observado cómo el acto sexual disminuye las respuestas inducidas por alergenos específicos en pacientes alérgicos –escribió Kimata-. Este hallazgo puede tener algunas implicaciones en el efecto fisiopatológico del acto sexual sobre las enfermedades alérgicas”. Genial.

Además, resulta que este sabio japonés es un amante de todo lo que sea pasárselo en grande. No solo gusta de las relaciones románticas y carnales, sino que también nos propone disfrutar de las comedias cinematográficas. Rebuscando entre sus otros trabajos publicados podemos encontrar auténticas perlas científicas. Por ejemplo, en uno de sus estudios (European Journal of Gastroenteroly and Hepatology 2010;22:724-728) puso a 24 sujetos sanos y a otros 24 con dermatitis atópica a ver durante una semana 7 películas serias o bien 7 películas de humor. Antes y después recogió muestras de heces de los participantes y comprobó que, entre los afectados por la enfermedad alérgica, las comedias cambiaron su flora intestinal, aumentando las concentraciones de bacterias buenas (Lactobacillus y bifidobacterias), reduciendo las malas (Staphylococcus aureus y enterobacterias) y aumentando los niveles de poliaminas fecales, algo que no consiguieron en absoluto las películas serias.

El amigo Kimata también publicó que la risa eleva los niveles de melatonina en la leche materna, lo cual previene que los recién nacidos desarrollen alergias (Journal of Psychosomatic Research 2007;62:699-702), y lo comprobó haciendo que las madres vieran ‘Tiempos modernos’, de Charles Chaplin.

Son solo unos pocos ejemplos, ya que este hedonista científico tiene unos cuantos artículos más sobre los positivos efectos de la risa en enfermos alérgicos. Y también lo contrario, puesto que también vio cómo las emociones lacrimógenas disminuyen la respuesta alérgica en individuos con alergia al látex (Journal of Psychosomatic Research 2006;61:69-71). Para este experimento les hizo ver ‘Kramer contra Kramer’. Lógico. Me gustaría saber qué ocurre si les pone 'Torrente 5'.

En cualquier caso, ojalá hubiera muchos más investigadores como el doctor Kimata que nos demostraran día tras día las virtudes saludables de besar, reír y amar. Y acabo con Lord Byron: “Cuando la edad enfría la sangre y los placeres son cosa del pasado, el recuerdo más querido sigue siendo el último, y nuestra evocación más dulce, la del primer beso”. ¡Ole!


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