A principios de 2009 los
lectores del British Medical Journal fueron
testigos de una impactante confesión de culpabilidad. Un tal John M. Murphy
reconocía públicamente haberse inventado un insólito caso clínico que los
editores de la revista británica publicaron en forma de carta 35 años atrás.
La historia, relatada en Annals of Improbable Research, arrancó en
1974, cuando se publicó en aquella revista (BJM 1974;2:226) una carta en la que
un tal P. Curtis informaba de tres casos de mastitis detectada en niñas de 8 a
10 años de edad que estaban aprendiendo a tocar la guitarra clásica. Debido a
la postura adoptada para tocar, el borde de la caja del instrumento tocaba y
rozaba la zona inferior del pezón de las alumnas musicales produciendo la
lesión.
A John J. Murphy le hizo
gracia aquello del “pezón de la guitarrista” y respondió, con una intención
ciertamente gamberra, con una misiva (BMJ 1974;2:335) en la que hacía
referencia, por primera vez en la historia, a una nueva enfermedad: “el escroto
del violonchelista”. Describía el caso de un músico que pasaba varias horas al
día tocando el chelo en ensayos y conciertos, y que presentaba irritación en su
escroto debido al constante roce con el cuerpo del instrumento.
No se hizo tan famoso
como el “codo de tenista”, pero ahí quedó la cosa. Dos décadas más tarde volvió
a surgir el tema, y la existencia de ese supuesto síndrome
artístico-profesional fue cuestionada por Philip E. Shapiro en el Journal of the American Academy of Dermatology
(1991;24:665): “El contacto del cuerpo del chelo con el escroto requeriría una
postura extremadamente incómoda que nunca he observado que adopte ningún
violonchelista”, sentenció.
Finalmente, en enero de
2009, John M. Murphy, que ni siquiera es médico, firmaba una nueva carta, junto
con Elaine Murphy, en el BMJ (2009;338:228):
“Quizás después de 34 años sea el momento de confesar que nos inventamos lo del
escroto del violonchelista”. Lo más chocante de todo este asunto es,
probablemente, que una revista de la talla del ‘British Medical Journal’
publicase aquella carta sin más, hecho que dejo estupefacto al propio autor de
la broma, tal como él mismo reconoció.
Además, confirmaba que lo
del “pezón de la guitarrista” también fue otra burla similar. Para que luego
digan que las revistas científicas no tienen sentido del humor.
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