En el post
anterior dedicado a gente que se traga las cosas más extrañas, prometí que
en algún momento recuperaría para el blog un famoso estudio sobre tragasables.
Pues, dicho y hecho, vamos a por él.
Según el diccionario, un "tragasables" es un
artista circense cuyo número consiste en "hacer ver que es capaz de tragar
objetos punzantes". Sin embargo, la Asociación Internacional de
Tragasables no está de acuerdo con esa definición, pues para ser miembro es
necesario demostrar que uno es capaz -no "hacer ver"- de introducir
por su boca espadas sólidas de acero no retráctiles, con un mínimo de 2 cm de anchura y 38 cm de longitud. Es decir,
solo acepta tragasables auténticos.
Dado que se trata de un arte que desde el punto de vista
médico no había sido convenientemente analizado, el doctor Brian Witcombe,
radiólogo del Gloucestershire Royal
NHS Foundation Trust, y el director de la citada Asociación, Dan Meyer, se
dedicaron a investigar los riesgos para la salud derivados de esta noble
práctica, a partir de cuestionarios contestados por 46 tragasables. Su artículo
apareció publicado en el British Medical Journal
(BMJ 2006;333:1285-1287).
Hay que mencionar que algunos eran profesionales duchos en
grandes proezas. Por ejemplo, cinco de los tragasables entrevistados se habían
metido más de diez espadas a la vez en algún momento, e incluso un tipo era
capaz de meterse por el gaznate 16 al mismo tiempo. En el artículo se incluye
una foto del susodicho en plena faena.
La longitud media de las hojas era de 60 cm, aunque en algún
caso llegaba a los 79 cm. Bueno, no es que alcancen el tamaño de la Tizona o de
una katana de Masamune, pero es que el espectáculo tampoco consiste en que
asome la punta por el extremo inferior del tragasables.
El artículo señala que no hay constancia de que alguien haya
muerto a causa de la profesión, pero que no son pocos los que han sufrido
perforaciones faríngeas y esofágicas, así como hemorragias gastrointestinales.
Incluso tres de los encuestados han pasado por el quirófano y a uno de ellos
tuvieron que extraerle un cuchillo de cocina transabdominalmente, es decir,
rajándole la tripa. Además, la mayoría declaró que solía tener dolor de
garganta cuando aprendía la técnica.
El Dr. Witcombe subrayaba que los factores asociados a
mayores peligros consisten en tragar espadas de formas inusuales –cualquiera
puede entender lo complicado que debe de ser engullir una buena cimitarra- y
las distracciones, como aquel que se perforó el esófago al despistarse cuando
un guacamayo que tenía en el hombro comenzó a portarse mal en plena faena.
En cualquier caso, el artículo concluye, con toda razón, que
dedicarse a deglutir armas blancas no es un oficio exento de riesgos. Y no solo
físicos sino también económicos en el caso de que el artista no cuente con un
buen seguro, pues el estudio constata facturas médicas de hasta 70.000 dólares.
Lo positivo, que también lo hay, es que a estos individuos someterse a una endoscopia
digestiva les debe de parecer cosa de niños.
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