martes, 23 de febrero de 2016

Gargantas profundas: el noble oficio del tragasables

En el post anterior dedicado a gente que se traga las cosas más extrañas, prometí que en algún momento recuperaría para el blog un famoso estudio sobre tragasables. Pues, dicho y hecho, vamos a por él.

Según el diccionario, un "tragasables" es un artista circense cuyo número consiste en "hacer ver que es capaz de tragar objetos punzantes". Sin embargo, la Asociación Internacional de Tragasables no está de acuerdo con esa definición, pues para ser miembro es necesario demostrar que uno es capaz -no "hacer ver"- de introducir por su boca espadas sólidas de acero no retráctiles, con un mínimo de 2 cm de anchura y 38 cm de longitud. Es decir, solo acepta tragasables auténticos.

Dado que se trata de un arte que desde el punto de vista médico no había sido convenientemente analizado, el doctor Brian Witcombe, radiólogo del Gloucestershire Royal NHS Foundation Trust, y el director de la citada Asociación, Dan Meyer, se dedicaron a investigar los riesgos para la salud derivados de esta noble práctica, a partir de cuestionarios contestados por 46 tragasables. Su artículo apareció publicado en el British Medical Journal (BMJ  2006;333:1285-1287).

Hay que mencionar que algunos eran profesionales duchos en grandes proezas. Por ejemplo, cinco de los tragasables entrevistados se habían metido más de diez espadas a la vez en algún momento, e incluso un tipo era capaz de meterse por el gaznate 16 al mismo tiempo. En el artículo se incluye una foto del susodicho en plena faena.

La longitud media de las hojas era de 60 cm, aunque en algún caso llegaba a los 79 cm. Bueno, no es que alcancen el tamaño de la Tizona o de una katana de Masamune, pero es que el espectáculo tampoco consiste en que asome la punta por el extremo inferior del tragasables.

El artículo señala que no hay constancia de que alguien haya muerto a causa de la profesión, pero que no son pocos los que han sufrido perforaciones faríngeas y esofágicas, así como hemorragias gastrointestinales. Incluso tres de los encuestados han pasado por el quirófano y a uno de ellos tuvieron que extraerle un cuchillo de cocina transabdominalmente, es decir, rajándole la tripa. Además, la mayoría declaró que solía tener dolor de garganta cuando aprendía la técnica.

El Dr. Witcombe subrayaba que los factores asociados a mayores peligros consisten en tragar espadas de formas inusuales –cualquiera puede entender lo complicado que debe de ser engullir una buena cimitarra- y las distracciones, como aquel que se perforó el esófago al despistarse cuando un guacamayo que tenía en el hombro comenzó a portarse mal en plena faena.

En cualquier caso, el artículo concluye, con toda razón, que dedicarse a deglutir armas blancas no es un oficio exento de riesgos. Y no solo físicos sino también económicos en el caso de que el artista no cuente con un buen seguro, pues el estudio constata facturas médicas de hasta 70.000 dólares. Lo positivo, que también lo hay, es que a estos individuos someterse a una endoscopia digestiva les debe de parecer cosa de niños.


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