martes, 2 de febrero de 2016

¿El olor a pedo puede prevenir el cáncer?

Bueno... Reconozco que he utilizado un titular tramposo para llamar la atención y picar vuestra curiosidad. Sin embargo, no es menos tramposo que el utilizado en su día por otros medios de comunicación para comentar el artículo que protagoniza el post de hoy.

Sin ir más lejos, unas cuantas webs de noticias norteamericanas titularon la noticia de este modo: “Científicos dicen que oler pedos previene el cáncer” (Scientists say smelling farts prevents cancer). Tal cual. Afirmando. Sin interrogantes.

El tabloide británico Daily Mail sí que optó por la interrogación: “¿Oler flatulencias puede ser BUENO para ti? Un gas potente puede ayudar a prevenir el cáncer, el ictus y el infarto de miocardio, afirman los científicos” (Could sniffing flatulence be GOOD for you? Potent gas can help prevent cancer, strokes and heart attacks, claim scientists).

Más flagrante –que no fragante- fue el titular de CNET, web dedicada a la tecnología y la electrónica: “Oler pedos podría ser lo mejor que hagas hoy” (Smelling farts could be the best thing you do today).

Si todavía os estáis preguntando cuál es la respuesta al interrogante del título, debo confesar que no, que ese fétido aroma tan propio de las ventosidades humanas no previene el cáncer y que los científicos que se citan en esos artículos en ningún momento afirmaron nada semejante. Os explico un poco cómo fue la historia.

La sustancia responsable del remolino informativo no es otra que el sulfuro de hidrógeno, gas de característico tufillo que forma parte tanto de nuestras flatulencias como de los huevos podridos. Todo partió de la Universidad de Exeter, donde un grupo de investigadores habían diseñado una nueva molécula, bautizada como AP39, gracias a la cual se liberaba sulfuro de hidrógeno en el interior de las células.

La idea se basa en que el apestoso sulfuro de hidrógeno protege las mitocondrias, orgánulos que están en el interior de las células y cuya principal función es la producción de energía. Los científicos consideran que reparar el daño que se produce en las mitocondrias o protegerlas antes de que ese daño se produzca es una estrategia terapéutica interesante frente a muy diversas enfermedades, desde la patología cardiovascular y el ictus hasta la artritis, la diabetes o la demencia.

Matt Whiteman, uno de los investigadores, explicaba que cuando las células se estresan a causa de enfermedad, atraen enzimas para generar minúsculas cantidades de sulfuro de hidrógeno. Esto permite que las mitocondrias trabajen más despacio y ayuden a la célula a sobrevivir. “Si esto no ocurre así, las células mueren y se pierde la capacidad para regular la supervivencia y controlar la inflamación –explicaba el científico-. Nosotros hemos explotado ese proceso natural al crear una molécula llamada AP93, que libera lentamente pequeñas cantidades de ese gas de forma específica en las mitocondrias. Nuestros resultados, indican que si las células estresadas son tratadas con AP93, las mitocondrias están protegidas y las células sobreviven”.

Los investigadores de la universidad británica publicaron su artículo en la revista ‘Medical Chemical Communications’ (2014;5:728-736) en julio de 2014, y al mismo tiempo su universidad emitió una nota de prensa donde se resumía en lenguaje más asequible los resultados de la investigación, con esa explicación del doctor Whiteman que he reproducido en el párrafo anterior. Pero el titular de la nota de prensa no decía nada de pedos, aunque sí de huevos podridos: “El gas de los huevos podridos tiene la clave para terapias de salud” (Rotten egg gas holds key to healthcare therapies).

Sin embargo, otro de los autores llamado Mark Wood hizo en esa misma nota otras afirmaciones: “Aunque el sulfuro de hidrógeno es un gas bien conocido por ser responsable del nauseabundo olor de los huevos podridos y de las flatulencias, lo produce el organismo de manera natural y podría ser un héroe para nuestra salud con implicaciones importantes para futuras terapias frente a muchas enfermedades”. Con estas palabras ya tenemos el detonante para que la escatológica y enfermiza imaginación de algunos periodistas, unida a su incomprensión sobre ciencia, diera lugar a escabrosos titulares como los que he mencionado antes. El efecto dominó hizo el resto.

De hecho, la nota de prensa de la universidad acababa con un párrafo de advertencia, añadido después de comprobar cómo había sido tratada la noticia por muchos medios: “A la luz de los titulares engañosos aparecidos sobre esta nota de prensa, los autores desean subrayar que ni los artículos científicos mencionados ni la propia nota contienen ninguna referencia al cáncer ni a los beneficios saludables de la inhalación de sulfuro de hidrógeno. La investigación trata de un proyecto de desarrollo farmacológico que está en sus primeras fases y que todavía no se ha ensayado en el ser humano”. Asunto aclarado.

Además, hay que tener en cuenta que siempre hablan de minúsculas cantidades del gas. Si uno va a la página de la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA) de Estados Unidos y busca los efectos que puede tener el sulfuro de hidrógeno para la salud humana, comprobará que, aparte de pestilente, su inhalación tiene muy poco de beneficioso. De hecho, sus efectos nocivos dependen de cuánto sulfuro de hidrógeno respiremos y durante cuánto tiempo. Su concentración normal en el aire es inferior a 0,00033 partes por millón (ppm). A una concentración de 0,01 a 1,5 ppm es cuando ya percibimos su característico olor, fetidez que comienza a ser más ofensiva a concentraciones de 3 a 5 ppm. En esa situación, una exposición prolongada puede provocar náuseas, lagrimeo, dolor de cabeza y pérdida del sueño, así como problemas respiratorios en algunos pacientes con asma.

Si seguimos aumentando la concentración, las complicaciones se agravan. Con 20 ppm provoca fatiga, pérdida de apetito, cefalea, irritabilidad, pérdida de memoria y somnolencia. Entre 50 y 100 ppm produce conjuntivitis, irritación del tracto respiratorio y malestar estomacal. A partir de 100 ppm causa tos, irritación de los ojos y de la garganta, pérdida del sentido del olfato y respiración alterada. Por encima de 200 ppm puede provocar un edema pulmonar. Con 500 pmm uno se desmaya en cuestión de 5 minutos y puede palmarla al cabo de media hora. Y a concentraciones superiores a 1.000 ppm, la muerte es prácticamente instantánea.

Todo esto sin tener en cuenta que se trata de un gas inflamable y explosivo, peligroso si no se maneja adecuadamente, y cuya combustión puede generar otros gases y vapores tóxicos.

En definitiva, que si algún listillo se tira un cuesco ante vuestras narices y afirma que con ello os está regalando años de vida, no os dejéis engañar, por mucho que asegure haberlo visto en la tele o leído en una revista científica. En lugar de recurrir a la ciencia, mejor sería recordar la despierta e irreverente inteligencia de nuestro Francisco de Quevedo, que en un fragmento de su ‘Poema al pedo’ escribió:

Si un día algún pedo toca tu puerta
no se la cierres, déjala abierta,
deja que sople, deja que gire,
a ver si hay alguien que lo respire.

Si queréis más, buscad vosotros mismos el poema entero.


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