“Alivio del picor al rascarse ante un espejo: un estudio
psicológico”. Ese es nada menos que el título de un artículo científico aparecido
en PLoS ONE, publicación de la Public
Library of Science de Estados Unidos, firmado por neurólogos alemanes de la Universidad de
Luebeck (PLoS
ONE 8(12): e82756. doi:10.1371/journal.pone.0082756).
Ya me referí a este estudio en el último post, y es que la
investigación ganó en Premio Ig Nobel hace un par de semanas en la categoría de
Medicina. ¿El motivo?: “Descubrir que si se siente picor en el lado izquierdo
del cuerpo, se puede aliviar mirándose uno en un espejo y rascándose en el lado
derecho del cuerpo (y viceversa)”, rezan los organizadores de estos divertidos
premios que se entregan cada año en el campus de Harvard a los estudios
científicos más insólitos y absurdos.
El artículo se publicó en diciembre de 2013, aunque ha sido
ahora, gracias al Ig Nobel, cuando ha alcanzado el descubrimiento la repercusión
que merece. Los autores explican que el picor puede definirse como una sensación
desagradable que provoca el deseo de rascarse en el lugar donde se produce el
picor. Obvio, ¿no? Rascarse alivia el picor, pero añaden que en muchas
enfermedades inflamatorias de piel –como el eccema- se recomienda al paciente
no rascarse porque ello causaría más inflamación y mayor deterioro de la piel.
Además, los fármacos que ayudan a calmar el picor no siempre funcionan. Por lo
tanto, para el doctor Christoph Helmchen y colegas firmantes del artículo,
“existe una fuerte necesidad de intervenciones adicionales para el prurito
(picor) persistente”. Y una de esas intervenciones podría ser la innovadora
idea de “rascarse donde no pica”.
Dicho y hecho, pusieron en marcha su experimento, que
consistió en pedir a 26 voluntarios sanos que valoraran la intensidad de un
picor inducido en su antebrazo derecho. En un primer experimento colocaron un
espejo entre los antebrazos del participante para crear la ilusión óptica de
que el antebrazo derecho (el que picaba) estaba siendo rascado, cuando en
realidad era el antebrazo izquierdo (el que no picaba) el que le estaban
rascando.
Para controlar la visibilidad del antebrazo izquierdo se
llevó a cabo un segundo experimento con pantallas –invertidas y no invertidas
horizontalmente- que mostraban en tiempo real los antebrazos de los
participantes, utilizadas para crear las condiciones experimentales en las que
cada voluntario percibía visualmente cómo uno de sus antebrazos, los dos o
ninguno estaban siendo rascados.
El sorprendente resultado es que ambos experimentos
demuestran que uno siente alivio si cree que le rascan el antebrazo que le pica
aunque en realidad le estén rascando el otro. Habrá que creer a Platón cuando
decía que debemos desconfiar de los sentidos. O tal como lo explican los
autores de la investigación con su intrincado lenguaje, “este efecto puede
deberse a una congruencia perceptual intersensorial ilusoria de señales
visuales, táctiles y pruriceptivas”. Que os quede claro.
Para rematar su artículo, concluyen que lo que ellos llaman
“rascado en espejo” puede constituir un tratamiento alternativo para reducir la
percepción del picor en enfermedades de la piel que causan prurito persistente
sin provocar un daño adicional a la piel afectada, y por lo tanto, “puede tener
un impacto clínico significativo”.
La verdad es que acabo de hacer el experimento delante del
espejo del baño y tengo mis dudas. Tal vez sirve cuando a uno le rascan y no
cuando se rasca a sí mismo. De hecho, hace tiempo se publicó otro estudio bastante
curioso que nos daba la respuesta a un viejo misterio de la humanidad: ¿por qué
uno no se ríe cuando trata de hacerse cosquillas él mismo? Científicos del
Instituto de Neurología del University College
London estudiaron con escáner el cerebro de 16 personas al tiempo que
trataban de hacerse cosquillas ellas mismas en la palma de las manos (NeuroReport
2000;1111-1116). Repitieron el experimento haciendo que fuera otra persona
quien les hiciera las cosquillas. Las imágenes del cerebro registradas fueron
diferentes en las áreas que responden al tacto y al placer, mucho menos activas
cuando las cosquillas se las hace uno mismo. Lo que sucede, según estos
científicos, es que en esta situación el cerebro ya sabe de antemano que esas
cosquillas se las hace uno mismo y sus efectos quedan atenuados. Es decir, gran
parte de la gracia se debe al, llamémosle así, "factor sorpresa".
Pero en fin... probad vosotros eso de rascarse ante el
espejo y ya me contaréis. Yo, por el momento, y dado que estoy libre de eccemas
y sabañones, prefiero seguir el dicho popular aquel de que “cada uno se rasca
donde le pica”, en sentido literal, sin vídeos ni espejos engañosos.
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