martes, 4 de octubre de 2016

No hay cosa más rica que rascar (incluso) donde (no) pica

“Alivio del picor al rascarse ante un espejo: un estudio psicológico”. Ese es nada menos que el título de un artículo científico aparecido en PLoS ONE, publicación de la Public Library of Science de Estados Unidos, firmado por neurólogos alemanes de la Universidad de Luebeck (PLoS ONE 8(12): e82756. doi:10.1371/journal.pone.0082756).

Ya me referí a este estudio en el último post, y es que la investigación ganó en Premio Ig Nobel hace un par de semanas en la categoría de Medicina. ¿El motivo?: “Descubrir que si se siente picor en el lado izquierdo del cuerpo, se puede aliviar mirándose uno en un espejo y rascándose en el lado derecho del cuerpo (y viceversa)”, rezan los organizadores de estos divertidos premios que se entregan cada año en el campus de Harvard a los estudios científicos más insólitos y absurdos.

El artículo se publicó en diciembre de 2013, aunque ha sido ahora, gracias al Ig Nobel, cuando ha alcanzado el descubrimiento la repercusión que merece. Los autores explican que el picor puede definirse como una sensación desagradable que provoca el deseo de rascarse en el lugar donde se produce el picor. Obvio, ¿no? Rascarse alivia el picor, pero añaden que en muchas enfermedades inflamatorias de piel –como el eccema- se recomienda al paciente no rascarse porque ello causaría más inflamación y mayor deterioro de la piel. Además, los fármacos que ayudan a calmar el picor no siempre funcionan. Por lo tanto, para el doctor Christoph Helmchen y colegas firmantes del artículo, “existe una fuerte necesidad de intervenciones adicionales para el prurito (picor) persistente”. Y una de esas intervenciones podría ser la innovadora idea de “rascarse donde no pica”.

Dicho y hecho, pusieron en marcha su experimento, que consistió en pedir a 26 voluntarios sanos que valoraran la intensidad de un picor inducido en su antebrazo derecho. En un primer experimento colocaron un espejo entre los antebrazos del participante para crear la ilusión óptica de que el antebrazo derecho (el que picaba) estaba siendo rascado, cuando en realidad era el antebrazo izquierdo (el que no picaba) el que le estaban rascando.

Para controlar la visibilidad del antebrazo izquierdo se llevó a cabo un segundo experimento con pantallas –invertidas y no invertidas horizontalmente- que mostraban en tiempo real los antebrazos de los participantes, utilizadas para crear las condiciones experimentales en las que cada voluntario percibía visualmente cómo uno de sus antebrazos, los dos o ninguno estaban siendo rascados.

El sorprendente resultado es que ambos experimentos demuestran que uno siente alivio si cree que le rascan el antebrazo que le pica aunque en realidad le estén rascando el otro. Habrá que creer a Platón cuando decía que debemos desconfiar de los sentidos. O tal como lo explican los autores de la investigación con su intrincado lenguaje, “este efecto puede deberse a una congruencia perceptual intersensorial ilusoria de señales visuales, táctiles y pruriceptivas”. Que os quede claro.

Para rematar su artículo, concluyen que lo que ellos llaman “rascado en espejo” puede constituir un tratamiento alternativo para reducir la percepción del picor en enfermedades de la piel que causan prurito persistente sin provocar un daño adicional a la piel afectada, y por lo tanto, “puede tener un impacto clínico significativo”.

La verdad es que acabo de hacer el experimento delante del espejo del baño y tengo mis dudas. Tal vez sirve cuando a uno le rascan y no cuando se rasca a sí mismo. De hecho, hace tiempo se publicó otro estudio bastante curioso que nos daba la respuesta a un viejo misterio de la humanidad: ¿por qué uno no se ríe cuando trata de hacerse cosquillas él mismo? Científicos del Instituto de Neurología del University College London estudiaron con escáner el cerebro de 16 personas al tiempo que trataban de hacerse cosquillas ellas mismas en la palma de las manos (NeuroReport 2000;1111-1116). Repitieron el experimento haciendo que fuera otra persona quien les hiciera las cosquillas. Las imágenes del cerebro registradas fueron diferentes en las áreas que responden al tacto y al placer, mucho menos activas cuando las cosquillas se las hace uno mismo. Lo que sucede, según estos científicos, es que en esta situación el cerebro ya sabe de antemano que esas cosquillas se las hace uno mismo y sus efectos quedan atenuados. Es decir, gran parte de la gracia se debe al, llamémosle así, "factor sorpresa".

Pero en fin... probad vosotros eso de rascarse ante el espejo y ya me contaréis. Yo, por el momento, y dado que estoy libre de eccemas y sabañones, prefiero seguir el dicho popular aquel de que “cada uno se rasca donde le pica”, en sentido literal, sin vídeos ni espejos engañosos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario