Algunos medios de comunicación se han hecho eco hace pocos
días de un estudio británico que nos habla de esa insalubre costumbre que
tienen los humanos –aunque no todos, afortunadamente- de hacer la cama.
El estudio lo firma un tal Stephen Pretlove, de la Kingston
University’s School of Architecture, y se refiere principalmente a esos
bichitos microscópicos que conocemos como ácaros del polvo y que se encuentran
entre los principales causantes de alergia y asma.
Por lo visto, lo que la investigación trata de demostrar es
que los ácaros tienen más dificultades para sobrevivir en ambientes cálidos y
secos como el que supone una cama deshecha. Por lo visto, en cada cama puede haber como millón y medio
de esos bichejos que se alimentan de escamas de nuestra piel.
El siguiente paso de su investigación será estudiar durante
dos años lo que ocurre en 36 hogares seleccionados del Reino Unido en los que
se ensayará el modelo informático que creado en función de variables como
la temperatura, la humedad o la ventilación. Y para ello, el Consejo de
Investigación de Ciencias Físicas y de Ingeniería le proporciona unas apetecibles 200.000 libras
esterlinas (más de 260.000 euros).
Sin embargo, el trabajo de este científico no es el primero
que pone sobre el tapete los problemas derivados de hacer la cama. En mi libro,
el que da nombre a este blog, ya comenté otro artículo que apareció publicado
en el Canadian Medical Association Journal en el año 2001 (CMAJ 2001;165:1591-1592).
Su título: “La cama bien hecha: un riesgo de salud pública no reconocido”.
Sus autores eran Robert Patterson, cirujano general en un
hospital de Roosevelt (Estados Unidos), y Christopher Stewart-Patterson, médico
general de North Vancouver (Canadá), escribían sobre ese peligroso hábito tan
generalizado que protagoniza este post: “No sólo es una práctica antihigiénica,
sino que la mecánica de ajustar las esquinas y ahuecar las almohadas es
físicamente perjudicial y afecta de forma adversa al bienestar mental de
nuestra población”.
Lo cierto es que se trata de un artículo cargado de ironía,
de los que se publicaban en la edición navideña de la citada revista médica
canadiense. No obstante, en algunas cosas no les faltaba razón. Por ejemplo,
explican lo que contienen esas sábanas arrugadas tras una noche de sueño,
recordando que un canadiense medio consume unos tres litros de líquido al día
–“más aún durante los playoffs”, puntualizan-, y que pérdidas apenas sensibles de
esa cantidad a través de transpiración, lagrimeo, epistaxis, enuresis, babas y
emisiones nocturnas pueden dejar en las sábanas alrededor de un litro de
líquido cada noche.
Cuando uno duerme en un saco de dormir, generalmente sabe
que debe ventilarlo, pues de lo contrario la humedad queda atrapada –tal como
ya hemos visto que comenta el doctor Pretlove-, por no hablar del tufo corporal.
Los doctores Patteron y Patterson consideran que la misma lógica debería
aplicarse a la cama, pero la mayor parte de la población, tras un lapso de
tiempo más o menos corto, vuelve a cubrir el colchón con sábanas, nórdicos, mantas,
cubiertas o edredones.
“Dada la calidez, la oscuridad y una mezcla tan heterogénea
como deliciosa de fluidos corporales, no es sorprendente que una cama bien
hecha sea caldo de cultivo de bacterias, hongos, parásitos y otras alimañas”,
escriben.
Biología aparte, los autores del artículo pasan a los
problemas físicos derivados de agacharse, ya que la mayoría de las camas están
a una altura relativamente cercana al suelo. Eso implica una flexión lumbar
constante que predispone al dolor crónico de espalda. Además, señalan que las
camareras de hoteles encargadas de arreglar las habitaciones pueden tener a menudo
lesiones tan reconocidas en el ámbito de la traumatología como la “muñeca de la
ajustadora de sábanas en las esquinas” o el “hombro de la ahuecadora de
almohadas”.
Es más, sostienen que esta despreciable costumbre también
puede comportar problemas psicológicos que no están debidamente documentados en
la literatura médica: “Podemos dar testimonio por experiencia personal de que
la cotidiana discusión sobre a quién le toca hacer la cama puede conducir a enfrentamientos
conyugales graves y a estrés psicológico. Incluso algunos colegas nos han
confesado que tales discusiones han tenido efectos adversos sobre la frecuencia
del coito”.
En resumen, estos dos médicos concluyen que hacer la cama es
una pandemia oculta que representa una enorme carga para la salud física y
mental de la población. Incluso piden al Gobierno federal que prohíba inmediatamente
esta insana costumbre.
Así que no os dejéis tentar por esas webs en las que se describe
–por ingenuidad o por malevolencia- cómo dejar la cama perfectamente hecha en diez
pasos si no queréis que vuestra salud se resienta. Y pensad en el tiempo que podéis
ahorrar. Según los cálculos de Patteron & Patterson: 5 minutos para hacer
la cama, precedidos de 10 minutos discutiendo sobre a quién le toca hacerla, multiplicados
por 365 días al año durante una expectativa de vida media de 78 años, dan un
total de 9 meses, casi el 1% de nuestra vida echada a perder...
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