Una de las entradas más visitadas de este blog fue aquel
artículo dedicado a cuerpos extraños encontrados en el recto de pacientes que
habían acudido a urgencias con objetos de todo tipo y pelaje insertados en salva sea la parte, desde un sinfín de frutas y verduras que harían las delicias de cualquier vegano hasta una extraordinaria colección
de cacharros que podrían llenar varias cajas de herramientas de fontanero. Aquí
os dejo el enlace por si alguien tiene esa morbosa curiosidad: Un
clásico entre los clásicos: cuerpos extraños en el recto.
En el libro que publiqué hace años ya se comentaba aquel
artículo sobre la diversidad de chismes potencialmente insertables en el recto (Surgery
1986;100:512-519), y venía acompañado de otro apartado dedicado a cuerpos
extraños encontrados en la vagina de pacientes femeninas que también fueron
atendidas en centros sanitarios.
Hacía referencia, en especial, a un artículo firmado por el
doctor J. López-Olmos, ginecólogo del Hospital Arnau de Vilanova, de Valencia,
quien comentaba tres casos clínicos de mujeres posmenopáusicas que acudieron a
su centro por diversos motivos (Clin
Invest Gin Obs 2001;28:56-59).
El primero trataba de una paciente de 64 años que fue al
médico quejándose de incontinencia urinaria. Lo que tenía era un tapón de
plástico, ya calcificado con el paso del tiempo.
En el segundo caso, la paciente, de 56 años, acudió a
urgencias a causa de una metrorragia (hemorragia vaginal fuera del período
menstrual), y encontraron que tenía clavado en el fondo de su vagina un pequeño
trozo de cristal. "No pudo explicarnos –relata el Dr. López-Olmos- cómo
llegó dicho cristal al fondo de su vagina. Cree que podría haber ocurrido
cuando se rompió un espejo (?)." ¿Será cierto hasta este punto que romper
un espejo trae mala suerte?
La protagonista del tercer caso, de 52 años, sí sabía lo que
estaba haciendo. Durante el juego sexual, su pareja le había introducido dos
bolas musicales chinas, con la mala fortuna de que, después, únicamente pudo
sacar una de ellas. Por lo tanto, cabe imaginársela entrando en urgencias
acompañada de ese curioso sonido tintineante que salía desde su interior.
No obstante, el artículo del ginecólogo López-Olmos no se
quedaba en estos tres casos y dedicaba abundantes comentarios a repasar otros
publicados en diferentes revistas científicas.
Escribía que en las publicaciones médicas se han mencionado
muchos casos de cuerpos extraños de todo tipo en la vagina: "Huesos, tampones, bolas de billar,
termómetros, botellas, vasos, lápices, vibradores o vegetales, como pepinos,
zanahorias, frutas, etc.", enumeraba.
Más adelante comentaba distintos casos clínicos de mujeres
de diversas edades a las que se extrajeron botellas y frascos de cristal,
tapones de diversos envases, así como alguna que otra naranja y una berenjena.
De ellos, quiero destacar algunos, como los referidos por los Dres. Jaluvka y
Novak en mujeres ancianas (Eur J
Obstet Gynecol Reprod Biol 1995;61:167-169). La primera, de 81 años, se
había fabricado un consolador –que usaba un par de veces por semana, según
explicó a los médicos- con una botellita y el dedil de un guante. La segunda,
de 73, fue al hospital por una enfermedad cardiaca, pero tenía dentro de su
vagina una pequeña botella cilíndrica de cristal. Pero el más insólito era el
tercer caso: una mujer de 69 años que tenía una pequeña botella en la vagina
que su marido le había introducido hacía 7 años porque no les era posible
realizar el coito. La cuestión es que se olvidaron del tema y la mujer parece
que se acordó al poco de fallecer su amado esposo, por lo que decidió ir al
médico.
He dejado para el final el impresionante caso que describió
el doctor J. Nicholls, de la Universidad de Hong Kong (Aust NZ J Obstet Gynecol
1993;33:101-102). El motivo de introducirse algo por vía vaginal en esta
ocasión no fue ni accidental ni con fines sexuales, sino por precaución. Se refería
a una mujer de 87 años que había muerto de forma inexplicada, motivo por el que
se procedió a practicarle la autopsia. Los forenses notaron que había una masa
en la vagina y lo que sacaron de las entrañas de la abuela no fue otra cosa que
un brazalete de jade de 6,5 cm de diámetro.
"Al parecer –escribió el Dr. Nicholls- lo ocultó en la
vagina durante los años cuarenta para evitar que se lo requisaran durante la
guerra". Tal vez alguien debería haber avisado a la señora a lo largo de
los 50 años siguientes de que la Segunda Guerra Mundial había acabado, porque
la verdad es que las joyas lucen poco metidas en lugares como ese. De todos
modos, se aseguró bien de que nadie se lo robara. Al menos en vida. Como diría
Indiana Jones: “¡Debería estar en un museo!”
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