lunes, 8 de enero de 2018

El misterio del brazalete de jade y otros casos de cuerpos extraños vaginales

Una de las entradas más visitadas de este blog fue aquel artículo dedicado a cuerpos extraños encontrados en el recto de pacientes que habían acudido a urgencias con objetos de todo tipo y pelaje insertados en salva sea la parte, desde un sinfín de frutas y verduras que harían las delicias de cualquier vegano hasta una extraordinaria colección de cacharros que podrían llenar varias cajas de herramientas de fontanero. Aquí os dejo el enlace por si alguien tiene esa morbosa curiosidad: Un clásico entre los clásicos: cuerpos extraños en el recto.

En el libro que publiqué hace años ya se comentaba aquel artículo sobre la diversidad de chismes potencialmente insertables en el recto (Surgery 1986;100:512-519), y venía acompañado de otro apartado dedicado a cuerpos extraños encontrados en la vagina de pacientes femeninas que también fueron atendidas en centros sanitarios.

Hacía referencia, en especial, a un artículo firmado por el doctor J. López-Olmos, ginecólogo del Hospital Arnau de Vilanova, de Valencia, quien comentaba tres casos clínicos de mujeres posmenopáusicas que acudieron a su centro por diversos motivos (Clin Invest Gin Obs 2001;28:56-59).

El primero trataba de una paciente de 64 años que fue al médico quejándose de incontinencia urinaria. Lo que tenía era un tapón de plástico, ya calcificado con el paso del tiempo.

En el segundo caso, la paciente, de 56 años, acudió a urgencias a causa de una metrorragia (hemorragia vaginal fuera del período menstrual), y encontraron que tenía clavado en el fondo de su vagina un pequeño trozo de cristal. "No pudo explicarnos –relata el Dr. López-Olmos- cómo llegó dicho cristal al fondo de su vagina. Cree que podría haber ocurrido cuando se rompió un espejo (?)." ¿Será cierto hasta este punto que romper un espejo trae mala suerte?

La protagonista del tercer caso, de 52 años, sí sabía lo que estaba haciendo. Durante el juego sexual, su pareja le había introducido dos bolas musicales chinas, con la mala fortuna de que, después, únicamente pudo sacar una de ellas. Por lo tanto, cabe imaginársela entrando en urgencias acompañada de ese curioso sonido tintineante que salía desde su interior.

No obstante, el artículo del ginecólogo López-Olmos no se quedaba en estos tres casos y dedicaba abundantes comentarios a repasar otros publicados en diferentes revistas científicas.

Escribía que en las publicaciones médicas se han mencionado muchos casos de cuerpos extraños de todo tipo en la vagina:  "Huesos, tampones, bolas de billar, termómetros, botellas, vasos, lápices, vibradores o vegetales, como pepinos, zanahorias, frutas, etc.", enumeraba.

Más adelante comentaba distintos casos clínicos de mujeres de diversas edades a las que se extrajeron botellas y frascos de cristal, tapones de diversos envases, así como alguna que otra naranja y una berenjena. De ellos, quiero destacar algunos, como los referidos por los Dres. Jaluvka y Novak  en mujeres ancianas (Eur J Obstet Gynecol Reprod Biol 1995;61:167-169). La primera, de 81 años, se había fabricado un consolador –que usaba un par de veces por semana, según explicó a los médicos- con una botellita y el dedil de un guante. La segunda, de 73, fue al hospital por una enfermedad cardiaca, pero tenía dentro de su vagina una pequeña botella cilíndrica de cristal. Pero el más insólito era el tercer caso: una mujer de 69 años que tenía una pequeña botella en la vagina que su marido le había introducido hacía 7 años porque no les era posible realizar el coito. La cuestión es que se olvidaron del tema y la mujer parece que se acordó al poco de fallecer su amado esposo, por lo que decidió ir al médico.

He dejado para el final el impresionante caso que describió el doctor J. Nicholls, de la Universidad de Hong Kong (Aust NZ J Obstet Gynecol 1993;33:101-102). El motivo de introducirse algo por vía vaginal en esta ocasión no fue ni accidental ni con fines sexuales, sino por precaución. Se refería a una mujer de 87 años que había muerto de forma inexplicada, motivo por el que se procedió a practicarle la autopsia. Los forenses notaron que había una masa en la vagina y lo que sacaron de las entrañas de la abuela no fue otra cosa que un brazalete de jade de 6,5 cm de diámetro.

"Al parecer –escribió el Dr. Nicholls- lo ocultó en la vagina durante los años cuarenta para evitar que se lo requisaran durante la guerra". Tal vez alguien debería haber avisado a la señora a lo largo de los 50 años siguientes de que la Segunda Guerra Mundial había acabado, porque la verdad es que las joyas lucen poco metidas en lugares como ese. De todos modos, se aseguró bien de que nadie se lo robara. Al menos en vida. Como diría Indiana Jones: “¡Debería estar en un museo!”

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