Los misterios del placer sexual femenino han sido estudiados a menudo y en la literatura médica uno puede encontrar investigaciones de
todo pelaje. Una de las cosas que llama la atención son los orgasmos llamados
“espontáneos”, que experimentan algunas mujeres en situaciones en las que, a
priori, no deberían ser excitantes. Sea dicho que para la gran mayoría este fenómeno es una maldición, puesto que no tiene nada de agradable ni
placentero alcanzar el clímax cuando no es deseado, lo cual, además, puede ocurrir en
situaciones de lo más comprometido.
Diferentes tipos de fármacos se han asociado a estos orgasmos
espontáneos, como algunos inhibidores de la recaptación de serotonina que se
utilizan para tratar la depresión y la ansiedad. También se habla de un hongo
hawaiano cuyo olor –bastante fétido, por lo que dicen- es capaz de desencadenar
orgasmos en casi la mitad de las mujeres que lo huelen, según un estudio que
se publicó en el ‘International Journal of Medicinal Mushrooms’ (2001;3:162).
Los autores explicaron que hicieron su experimento con 16 mujeres y 20 hombres.
Seis de las féminas alcanzaron el clímax de forma espontánea mientras que las
otras 10 experimentaron un aumento de la frecuencia cardiaca.
Los autores escribieron que el pestilente aroma de esos hongos
tropicales tal vez contiene sustancias parecidas a hormonas que comparten algunas similitudes
con los neurotransmisores que se liberan durante el acto sexual. En cualquier
caso, desde entonces no se ha sabido nada de esas excitantes setas ni los
resultados han sido replicados por otros científicos, lo cual pone muy en duda
tanto la existencia de los hongos como sus propiedades.
Uno de los casos clínicos más insólitos que podemos encontrar sobre este
tema es el de una mujer que acudió al médico quejándose durante el último año y
medio de orgasmos espontáneos que tenían su origen en su pie izquierdo (J Sex Med
2013;10-1926-1934), algo que los autores del artículo consideraron una
primicia absoluta en la historia de la literatura médica.
Ante este caso único no dudaron en emplear una amplia batería de tests diagnósticos, desde una entrevista en profundidad y una rigurosa exploración
física hasta pruebas sensoriales, resonancia magnética, electromiografía y
estimulación nerviosa eléctrica transcutánea.
Comprobaron que la estimulación nerviosa de la articulación
metatarsofalángica III del pie izquierdo desencadenaba una sensación orgásmica
instantánea que se irradiaba desde la planta del pie hacia la vagina. A su vez,
si la estimulación eléctrica se aplicaba al lado de la vagina se provocaba un
orgasmo que se irradiaba hasta el pie izquierdo. Un asunto de ida y vuelta.
En busca de soluciones –que es lo que pretendía la desdichada paciente-,
observaron que el bloqueo del ganglio dorsal izquierdo de la raíz S1 con un
fármaco anestésico llamado buìvacaína atenuaba la frecuencia y la intensidad de
la sensación orgásmica entre un 50 y un 80%. Además, cuando el
bloqueo del ganglio con el fármaco se combinó con radiofrecuencia pulsada, el
trastorno desapareció por completo. Caso resuelto.
No obstante, hay quien busca sacar provecho de hallazgos como este. Fue
el caso del doctor Stuart Meloy, según relató la revista ‘New
Scientist’ en 2001. Trabajaba en un departamento de anestesiología en la
ciudad de Winston-Salem (Estados Unidos). Estaba practicando una intervención
rutinaria a una paciente, aplicando pequeñas descargas eléctricas en la médula
espinal de la mujer con objeto de comprobar su efecto para aliviar el dolor.
Durante el procedimiento, la señora estaba despierta para indicar al médico sus
sensaciones al aplicarle los electrodos. Pero colocados estos en un punto
concreto de la médula espinal, la mujer comenzó a jadear de repente. Según el
doctor Meloy, "le pregunté qué pasaba y me dijo: 'Tiene que enseñarle a
hacer esto a mi marido'".
La cuestión es que aquel anestesiólogo patentó el invento y buscó financiación para empezar a hacer ensayos clínicos con varias pacientes que tuvieran dificultades para alcanzar el orgasmo. El dispositivo consiste un generador del
tamaño de un paquete de cigarrillos que puede implantarse bajo la piel de las
nalgas –parecido a un marcapasos, pero en distinto sitio- y conectar sus cables
estimuladores a ese punto de la médula espinal que desencadena instantáneamente
los orgasmos. Se activaría con un mando a distancia que, en opinión del médico,
debería programarse para que la usuaria no abusara demasiado de esta tecnología: solo una vez al día o cuatro veces por semana..., por ejemplo.
Opinaba, además, que su invento ayudaría a muchas parejas a superar los
problemas de la anorgasmia femenina. ¿Qué hay más fácil que apretar un botón
para dejar satisfecha a una amante? El problema es que para la implantación del
instrumento hay que pasar por el quirófano. A pesar de ello, el inventor opinaba
que su idea tenía buena salida en el mercado. "Si hay chicas de 15 años
que se someten a dolorosas operaciones para aumentar el tamaño de sus pechos
cuando no tienen por qué –declaró-, seguro muchas mujeres estarán dispuestas a
implantarse mi invento". Eso sí, consideraba que solo deberían ser
candidatas aquellas mujeres con verdaderos problemas para alcanzar el clímax.
Sin embargo, el seguimiento de aquella historia nos revela que el éxito
no estaba para nada asegurado. Ya en 2003 el doctor Meloy manifestó que era muy
difícil encontrar voluntarias para llevar a cabo los primeros estudios. Y en
2014 volvió a aparecer en los medios para decir que no había manera de
conseguir los 6 millones de dólares que consideraba necesarios para hacer un
estudio científico completo en condiciones para que la FDA estadounidense, la agencia encargada de autorizar medicamentos
y otros productos médicos, diera el visto bueno a la comercialización de su ‘orgasmatrón’. Habrá que seguir esperando y seguiremos atentos al porvenir del doctor Meloy.
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