En el artículo anterior escribí sobre el llamado “Efecto
Mozart” y de cómo la propia responsable del estudio que dio pie al revuelo
mediático que tuvo lo cuestionaba, diciendo que su pequeña investigación no
demostraba en ningún momento que escuchar al genio de Salzburgo volviera más
inteligentes a las personas.
También comentaba un insólito estudio en el que se concluía
que los endoscopistas que practicaban colonoscopias aumentaban su tasa de
detección de pólipos precancerosos si escuchaban música de Mozart.
El tema de la influencia de la música sobre la inteligencia,
las habilidades médicas o incluso sobre la propia salud ha llenado muchas
páginas de literatura científica. Por ejemplo, se ha estudiado si la música de
Mozart influye en los resultados de la campimetría –prueba para evaluar el
campo visual- en pacientes con glaucoma (Investigative
Ophthalmology & Visual Science 2010,51:5521). Por cierto, se observó
que no influía en absoluto.
Incluso se ha comparado la música de Bach con la de Mozart
en recién nacidos prematuros para comprobar si les ayuda a reducir el gasto de
energía en reposo (Journal of
Perinatology 2014;34:153-155). En este caso sí que observaron diferencias a
favor del compositor austriaco y en contra del alemán.
Ni siquiera Bob Marley escapa al escrutinio, pues existe un
artículo donde se concluye escuchar reggae da lugar a una manipulación más
eficiente del instrumental en la mesa de operaciones (Surgical
Innovation 2010;17:306-311). Eso sí, sin fumar marihuana simultáneamente.
Pero ya puestos a idear investigaciones científicas raras
sobre el tema de la música y medicina, he encontrado un artículo de 2016 en el
que se estudió de qué modo podía afectar la música clásica y el rock a la
pericia de los cirujanos (Medical
Journal of Australia. 2016;205:515-518).
Los autores, eminentes galenos de la Facultad de Medicina
del Imperial College London y del Royal College of Music de la capital
británica, consideraban que escuchar música en quirófano tiene efectos
beneficiosos y perjudiciales, y decidieron estudiar como afectaba a la
velocidad, a la precisión y a las distracciones bisturí en mano.
Lo más positivo del estudio es que no tuvieron que utilizar
pacientes de carne y hueso en el experimento. De hecho, ni siquiera fueron
cirujanos los que participaron en semejante investigación. Hubo un solo
paciente: el monigote conocido como ‘Cavity Sam’, protagonista de ese juego
infantil que en nuestros lares se conoce como ‘Operación’ y que recordaréis
muchos por la foto que he puesto un poco más arriba.
Los ‘cirujanos’ fueron 352 personas del público asistente al
Imperial Festival celebrado en Londres en mayo de 2016. Todos eran mayores de
16 años, ninguno tenía formación quirúrgica y -como cabía esperar para una
investigación de esta índole- ninguno era sordo.
Aleatoriamente fueron distribuidos en tres grupos para
escuchar con auriculares música clásica, rock o el sonido habitual –sin música-
que hay en un quirófano. En el primer caso oían un fragmento de la Sonata para
dos pianos, K 448, de Wolfgang Amadeus Mozart; y en el segundo el tema ‘Thunderstruck’
de la banda metalera australiana AC/DC. Al mismo tiempo, tenían que ‘extirpar’
tres órganos de Cavity Sam con unas pinzas quirúrgicas. Se midió el tiempo que
tardaron en hacerlo, el número de errores y las distracciones.
Los resultados muestran que escuchar a AC/DC se asoció a una
peor actuación de los hombres, pero no de las mujeres, a la hora de ejecutar
complejos procedimientos quirúrgicos en el juego ‘Operación’. Se tarda más en
extirpar hígados, pulmones y riñones y, además, con más errores, lo que
significa que al monigote se le encendía la nariz por falta de habilidad con
las pinzas. No es de extrañar si uno se los imagina agitando la cabeza como Angus Young.
Por otro lado, escuchar música clásica disminuyó las
distracciones de los ‘cirujanos’ improvisados, pero ello depende del gusto de
cada cual. Es decir, que la música de Mozart solo resulta beneficiosa para los
amantes de Mozart y no para el resto.
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