Tal vez algunos hayáis entrado en este post intrigados por
su título, preguntándoos qué demonios tendrá que ver el maestro de Salzburgo
con la introducción por el recto de una cámara de vídeo fijada a una sonda.
Pues la relación existe, por lo menos a tenor de un estudio
médico que se presentó en las Sesiones Científicas del Colegio Americano de
Gastroenterología de 2011. Resulta que cuando los médicos que practican
colonoscopias llevan a cabo este procedimiento al mismo tiempo que escuchan
música de Mozart, su habilidad para detectar pólipos precancerosos aumenta.
¡Viva Mozart!
Seguramente no compuso su ‘Réquiem’ ni su ‘Sinfonía número
40’ con intención de mejorar el cribado de adenomas en el colon, pero mira por
donde, su magistral obra tiene esos efectos. Es lo que explicaron la doctora
Catherine Noelle O’Shea y el doctor David Wolf, del Centro de Ciencias de la
Salud de la Universidad de Texas, en Houston (Estados Unidos), en aquellas
sesiones científicas.
En la investigación participaron dos endoscopistas expertos
con un historial más de un millar de colonoscopias a sus espaldas. Para el
estudio hicieron su labor habitual ensartando pacientes con su instrumento –el
colonoscopio, claro está-, pero a veces lo hacían escuchando música de Mozart y
a veces en silencio.
Los resultados son significativos. En el caso del primer
endoscopista, lo habitual era que detectara pólipos precancerosos en el 21% de
las colonoscopias, pero en el estudio alcanzó el 67% cuando escuchaba la música
y el 30% sin música. El segundo tenía una tasa del 27%, que aumentó al 37% al
escuchar a Mozart, aunque incluso más en silencia (40%).
Según declaró la doctora O’Shea cuando presentó los
resultados, “la tasa de detección de adenomas está relacionada con una
reducción de la incidencia del cáncer colorrectal, por lo cual es un importante
indicador de calidad de la colonoscopia. Cualquier cosa que podamos hacer para
aumentar esa tasa puede ayudar a salvar vidas”. Magnífico.
Os preguntaréis qué sucedería si en lugar de escuchar a
Mozart les pusieran un disco de Isabel Pantoja o de Luis Aguilé. Mejor no dar
ideas, que suficiente tortura es para el paciente la colonoscopia por sí sola,
sobre todo en ausencia de sedación.
Sin embargo, vale la pena recordar por encima qué es eso que
llaman “Efecto Mozart”. La historia viene de lejos, concretamente de 1993,
cuando una psicóloga estadounidense llamada Francis
Rauscher publicó un pequeño experimento en forma de carta científica que
causó un revuelo desproporcionado (Nature
1993;365:611).
Su estudio consistió en que un grupo de estudiantes hiciera
un test de razonamiento espacial después de escuchar durante diez minutos una
sonata de piano de Mozart. Otros realizaron la prueba después de diez minutos
de silencio y otros después de diez minutos escuchando una voz monótona. Los
resultados mostraron que la mejor puntuación en aquella tarea de razonamiento
espacio-temporal la obtuvieron los que escucharon la sonata.
Justo en el momento de publicarse llamó la atención de la
agencia Associated Press, cuya interpretación de los resultados se multiplicó exponencialmente
por los medios de comunicación de todo el mundo, desvirtuando los verdaderos datos
y relacionando el escuchar a Mozart con un aumento de la inteligencia en todos
sus aspectos.
Y eso a pesar de que la psicóloga quiso dejar claro en todo
momento que se trataba de un pequeño estudio, que se refería únicamente al
razonamiento espacio-temporal y que los efectos observados no duraban más allá
de 10 o 15 minutos.
Pero claro, el ser humano tiende a creerse lo que le da la
gana, y no tardaron en multiplicarse las ventas de CD del compositor austriaco.
En las revistas para padres primerizos se fomentó que sus los recién nacidos
escucharan su música para ser más listos en el futuro y no sé cuántas
majaderías más. Hasta un gobernador de Georgia decidió regalar discos de música
clásica a los padres que tuvieran un nuevo hijo, camino que siguió su vecino
estado de Tennessee. Por lo visto, creo que en ninguno de los dos estados
sureños ha aumentado el coeficiente intelectual de su población como consecuencia
de aquella idea, sobre todo si nos atenemos a los resultados de las últimas
elecciones presidenciales.
La popularidad de Francis Rauscher creció y, aunque al
principio el revuelo causado le pareció más o menos divertido, cambió su
situación cuando comenzó a recibir amenazas de muerte por declarar en una
entrevista que no opinaba que escuchar rock tuviera los mismos efectos sobre el
cerebro que escuchar a Mozart. Los rockeros ofendidos eran implacables. Por la
tanto, tuvo que aclarar al cabo del tiempo que la clave no está en Mozart.
“Cualquier música que a uno le guste hará lo mismo –dijo-, porque en
comparación con el silencio, el cerebro lo encontrará estimulante. Si odias a
Mozart, no vas a encontrar un ‘Efecto Mozart’; si te gusta Pearl Jam, vas a encontrar
un efecto ‘Pearl Jam’".
Posiblemente tenga razón, pero sigo dudando de las virtudes
del ‘Efecto Pantoja’.
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