El dramaturgo Eugene
Ionesco, padre del teatro del absurdo junto con Samuel Beckett, proponía: “Describe
un círculo, después acarícialo y se convertirá en un círculo vicioso”.
Lo que tal vez no sabía
es que para que la caricia produzca un placer suficiente como para volver
vicioso al círculo debe ejecutarse a una velocidad aproximada de cuatro
centímetros por segundo.
Es lo que concluyen
científicos estadounidenses, británicos y suecos en un artículo publicado en Nature Neuroscience (2009;doi:10.1038/nn.2312),
descubridores de un tipo de fibras nerviosas que son las responsables de que
las caricias resulten placenteras.
Bautizadas como fibras C-táctiles, explican que se hallan en la piel en la que hay vello, no así en
las palmas de las manos y los pies. El hallazgo se logró gracias a la colaboración
de una veintena de voluntarios, sometidos a la acción de un estimulador táctil
robótico que les acarició diversas áreas de piel a distintas velocidades con su
terminal en forma de cepillo.
Los investigadores observaron que cuando la
sensación era descrita por los participantes como placentera, las fibras C-táctiles se activaban y enviaban sus mensajes al cerebro. Sin embargo, cuando
la caricia es más lenta o más rápida de esos cuatro centímetros por segundo,
las citadas fibras nerviosas no se activan ni la experiencia sensorial resulta
tan satisfactoria.
Para profundizar más en
el tema, un nuevo estudio firmado por investigadores de Liverpool (Reino
Unido), explican que esas caricias suaves que estimulan los nervios de la piel
provocan una liberación de oxitocina. Sí, la misma que provoca las
contracciones del parto. Pero es que además se ha visto que su producción en el
cerebro favorece las relaciones sociales y se ha asociado a la confianza y a la
generosidad y también parece que puede tener algo que ver con el orgasmo. La
investigación (Neuropeptides
2017) se centra en esas fibras C-táctiles, que únicamente responden al
tacto suave y de baja velocidad. Los autores describen esta sensación agradable
como “tacto social” y plantean la hipótesis de que estas fibras sensoriales han
evolucionado en los mamíferos para señalizar el valor gratificante del contacto
físico en las interacciones sociales. “La estimulación cutánea dirigida
directamente a activar óptimamente las fibras aferentes C-táctiles –escriben- reduce
la excitación fisiológica, conlleva un valor afectivo positivo y, en
condiciones sanas, inhibe las respuestas a los estímulos dolorosos”.
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