Imagino que el título habrá chocado a más de uno. Y a más de
una también. Pues que sepáis que es la conclusión prácticamente literal de
un reciente estudio científico que viene a decir lo siguiente: “Muchachos, la
fragancia de vuestras axilas aumentará vuestro sex appeal ante las mujeres si
coméis ajo”. Otra cosa bien distinta será vuestro aliento, desde luego.
La investigadora Jitka Fialová, de la Facultad de Ciencias
de la Universidad Carlos de Praga es la
primera firmante del artículo titulado “El consumo de ajo afecta positivamente
a la percepción hedónica del olor corporal axilar”. También son coautores Jan
Havlíček, de la misma universidad, y S. Craig Roberts, de la Universidad
de Stirling (Reino Unido). Su magnífico y perfumado estudio se publicó en la revista Appetite el pasado mes de
febrero (2016;1;97:8-15).
Comienzan ensalzando las virtudes saludables del ajo, algo
que se conoce desde tiempos inmemoriales, lo mismo que su más famoso efecto
adverso, que no es otro que el peculiar olor del aliento que emanan sus consumidores.
Relatan que a los egipcios que construían las pirámides les daban ajo para
incrementar su vigor y que incluso se encontraron dientes de ajo en la tumba de
Tutankhamon. Plinio el viejo lo prescribía para distintas enfermedades, Louis
Pasteur reconoció sus propiedades antibacterianas y durante la segunda guerra
mundial se usó como antiséptico para prevenir la gangrena. Como veis, sus
beneficios saludables se han estudiado a fondo, y lo mismo puede decirse del
fétido aliento que provoca su consumo, del que es bastante responsable una
sustancia llamada alil metil sulfuro.
Sin embargo, la investigadora checa y sus colegas creían que
no se habían llevado a cabo investigaciones similares sobre el efecto del consumo
ajo sobre el olor de las axilas. ¡Diantres! ¡Cómo es posible que no nos hubiéramos dado cuenta hasta ahora de semejante vacío científico! Menos mal que la
avispada investigadora cayó en la cuenta para rellenar ese agujero negro de
la historia del conocimiento.
Pero vayamos al grano, o al diente en este caso. En su artículo explican que hicieron no uno
sino tres estudios. Por un lado, participaron hombres jóvenes, la mayoría
estudiantes de la citada universidad praguense. En el primero estudio fueron
10, denominados en el artículo “donantes de olor”; en el segundo fueron 16 y en
el tercero otros 16. Ninguno era fumador, no tenían enfermedades importantes en
el momento de hacerse el estudio y no se afeitaban los sobacos. Se les remuneró
con 400 coronas checas –que vienen a ser unos 15 euros- como compensación por
el tiempo dedicado a la investigación y por los posibles inconvenientes.
Por otro lado, participaron como “evaluadoras” 14 mujeres en el primer estudio, 40 en el segundo y
28 en el tercero. Todas eran usuarias de anticonceptivos orales, ya que de este
modo se evitaban alteraciones olfativas durante la menstruación. La
compensación fue distinta respecto a los hombres, ya que a las del primer
estudio solo les dieron una chocolatina y las del segundo y tercer estudio 100
coronas checas, que no llegan ni a 4 euros. Como se ve, la discriminación
sexista es bastante universal.
Los del primer estudio fueron distribuidos en dos grupos.
Los del grupo A comieron una rebanada de pan con 6 gramos de ajo machacado –que
viene a ser como dos dientes de ajo- mezclado con queso fresco, mientras los
del grupo B comieron solamente el pan con queso. En una segunda sesión, al cabo
de una semana, fueron los del grupo B los que comieron el pan con ajo y los del A el pan con queso. El
segundo estudio es similar en su diseño, con la salvedad de que la dosis fue de
12 gramos en lugar de 6. Y a los del tercero, en lugar de ajo fresco con pan se
les dio una cápsula que contenía 1.000 mg de extracto de ajo, que equivale
aproximadamente a 12 gramos de ajo fresco disuelto en aceite de soja.
Los chicos tenían una toda una serie de instrucciones. Durante el día
previo al experimento y el mismo día no tenían que usar perfumes ni
desodorantes ni lociones de afeitado ni geles de baño. Tampoco debían comer
ajo, cebolla, chile, pimiento, vinagre, queso azul, col, rábanos, lácteos
fermentados ni pescado marinado, y tampoco podían beber alcohol, fumar ni
meterse cualquier otra droga en el cuerpo. También se les pidió que evitaran
practicar deporte ni relaciones sexuales durante ese tiempo, y que no durmieran
con su pareja ni con su mascota. La noche anterior y el día del experimento no
podían lavarse con jabón ni con gel de baño.
Llegado el día, a media tarde se comieron la rebanada con ajo (o sin ajo)
o tomaron la cápsula con el extracto, se lavaron las axilas con un jabón no
perfumado y se les colocó una compresa de algodón pegada con esparadrapo en el
sobaco que tuvieron que llevar durante las siguientes 12 horas y que se
recogieron a la mañana siguiente.
A continuación entraron en escena las “evaluadoras”, que se
dedicaron a olfatear las compresas de algodón que absorbieron las esencias
axilares y a dar a cada cual una puntuación del 0 al 7, según consideraran las
fragancias agradables, atractivas, masculinas e intensas. Al menos no les hicieron olisquear los sobacos directamente. No sé si alguna se hubiera prestado por tan solo 4 euros o una chocolatina, aunque de todo hay en la viña del Señor...
Los resultados del primer estudio no mostraron diferencias
significativas entre el olor del sobaco después de haber comido 6 gramos de
ajo y después de no haberlo comido. Sin embargo, en el segundo
estudio, en el que habían ingerido 12 gramos, las “evaluadoras” consideraron que
las emanaciones de los alerones de los comedores de ajo eran más agradables, más
atractivas y menos intensas. Los mismos efectos se observaron en el tercer
estudio, el de las cápsulas de extracto.
En conclusión, la doctora Fialová afirma que la ingesta de
ajo afecta al olor de la axila masculina, aunque solamente cuando la dosis es
elevada. Lo sorprendente, sin embargo, fue que las mujeres
encontraron más agradable y atractiva la fragancia a sobaco cuando los
participantes habían comido ajo. Tampoco es que llegaran al éxtasis ni que puntuaran esas fragancias a la altura de un Chanel nº 5, sino que les dieron aproximadamente un 3 sobre 7. Pero es cierto que la puntuación media fue más alta en esos casos que cuando solamente comieron pan con queso (por mucho que sepa a beso, como dice el refrán).
Es difícil de desentrañar el porqué, aunque los autores
citan que las propiedades beneficiosas de este alimento, entre ellas su capacidad
antioxidante y antimicrobiana, tal vez tengan algún papel en todo esto. Eso sí,
el aliento a ajo sigue seguirá siendo una maldición y echará para atrás a cualquiera que se ponga delante, como si fuesen vampiros, aunque los autores de
este estudio tienen claro los olores bucales y los axilares no tienen nada que ver.
Y acabamos con un dicho popular: “A
quien ajo come y vino bebe, ni la víbora le muerde”. Será porque no ha llegado a
olerle el alerón...
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