viernes, 2 de diciembre de 2016

El irresistible aroma del sobaco de los comedores de ajos

Imagino que el título habrá chocado a más de uno. Y a más de una también. Pues que sepáis que es la conclusión prácticamente literal de un reciente estudio científico que viene a decir lo siguiente: “Muchachos, la fragancia de vuestras axilas aumentará vuestro sex appeal ante las mujeres si coméis ajo”. Otra cosa bien distinta será vuestro aliento, desde luego.

La investigadora Jitka Fialová, de la Facultad de Ciencias de la Universidad Carlos de Praga es la primera firmante del artículo titulado “El consumo de ajo afecta positivamente a la percepción hedónica del olor corporal axilar”. También son coautores Jan Havlíček, de la misma universidad, y S. Craig Roberts, de la Universidad de Stirling (Reino Unido). Su magnífico y perfumado estudio se publicó en la revista Appetite el pasado mes de febrero (2016;1;97:8-15).

Comienzan ensalzando las virtudes saludables del ajo, algo que se conoce desde tiempos inmemoriales, lo mismo que su más famoso efecto adverso, que no es otro que el peculiar olor del aliento que emanan sus consumidores. Relatan que a los egipcios que construían las pirámides les daban ajo para incrementar su vigor y que incluso se encontraron dientes de ajo en la tumba de Tutankhamon. Plinio el viejo lo prescribía para distintas enfermedades, Louis Pasteur reconoció sus propiedades antibacterianas y durante la segunda guerra mundial se usó como antiséptico para prevenir la gangrena. Como veis, sus beneficios saludables se han estudiado a fondo, y lo mismo puede decirse del fétido aliento que provoca su consumo, del que es bastante responsable una sustancia llamada alil metil sulfuro.

Sin embargo, la investigadora checa y sus colegas creían que no se habían llevado a cabo investigaciones similares sobre el efecto del consumo ajo sobre el olor de las axilas. ¡Diantres! ¡Cómo es posible que no nos hubiéramos dado cuenta hasta ahora de semejante vacío científico! Menos mal que la avispada investigadora cayó en la cuenta para rellenar ese agujero negro de la historia del conocimiento.

Pero vayamos al grano, o al diente en este caso. En su artículo explican que hicieron no uno sino tres estudios. Por un lado, participaron hombres jóvenes, la mayoría estudiantes de la citada universidad praguense. En el primero estudio fueron 10, denominados en el artículo “donantes de olor”; en el segundo fueron 16 y en el tercero otros 16. Ninguno era fumador, no tenían enfermedades importantes en el momento de hacerse el estudio y no se afeitaban los sobacos. Se les remuneró con 400 coronas checas –que vienen a ser unos 15 euros- como compensación por el tiempo dedicado a la investigación y por los posibles inconvenientes.

Por otro lado, participaron como “evaluadoras” 14 mujeres en el primer estudio, 40 en el segundo y 28 en el tercero. Todas eran usuarias de anticonceptivos orales, ya que de este modo se evitaban alteraciones olfativas durante la menstruación. La compensación fue distinta respecto a los hombres, ya que a las del primer estudio solo les dieron una chocolatina y las del segundo y tercer estudio 100 coronas checas, que no llegan ni a 4 euros. Como se ve, la discriminación sexista es bastante universal.

Los del primer estudio fueron distribuidos en dos grupos. Los del grupo A comieron una rebanada de pan con 6 gramos de ajo machacado –que viene a ser como dos dientes de ajo- mezclado con queso fresco, mientras los del grupo B comieron solamente el pan con queso. En una segunda sesión, al cabo de una semana, fueron los del grupo B los que comieron el pan con ajo y los del A el pan con queso. El segundo estudio es similar en su diseño, con la salvedad de que la dosis fue de 12 gramos en lugar de 6. Y a los del tercero, en lugar de ajo fresco con pan se les dio una cápsula que contenía 1.000 mg de extracto de ajo, que equivale aproximadamente a 12 gramos de ajo fresco disuelto en aceite de soja.

Los chicos tenían una toda una serie de instrucciones. Durante el día previo al experimento y el mismo día no tenían que usar perfumes ni desodorantes ni lociones de afeitado ni geles de baño. Tampoco debían comer ajo, cebolla, chile, pimiento, vinagre, queso azul, col, rábanos, lácteos fermentados ni pescado marinado, y tampoco podían beber alcohol, fumar ni meterse cualquier otra droga en el cuerpo. También se les pidió que evitaran practicar deporte ni relaciones sexuales durante ese tiempo, y que no durmieran con su pareja ni con su mascota. La noche anterior y el día del experimento no podían lavarse con jabón ni con gel de baño.

Llegado el día, a media tarde se comieron la rebanada con ajo (o sin ajo) o tomaron la cápsula con el extracto, se lavaron las axilas con un jabón no perfumado y se les colocó una compresa de algodón pegada con esparadrapo en el sobaco que tuvieron que llevar durante las siguientes 12 horas y que se recogieron a la mañana siguiente.

A continuación entraron en escena las “evaluadoras”, que se dedicaron a olfatear las compresas de algodón que absorbieron las esencias axilares y a dar a cada cual una puntuación del 0 al 7, según consideraran las fragancias agradables, atractivas, masculinas e intensas. Al menos no les hicieron olisquear los sobacos directamente. No sé si alguna se hubiera prestado por tan solo 4 euros o una chocolatina, aunque de todo hay en la viña del Señor...

Los resultados del primer estudio no mostraron diferencias significativas entre el olor del sobaco después de haber comido 6 gramos de ajo y después de no haberlo comido. Sin embargo, en el segundo estudio, en el que habían ingerido 12 gramos, las “evaluadoras” consideraron que las emanaciones de los alerones de los comedores de ajo eran más agradables, más atractivas y menos intensas. Los mismos efectos se observaron en el tercer estudio, el de las cápsulas de extracto.

En conclusión, la doctora Fialová afirma que la ingesta de ajo afecta al olor de la axila masculina, aunque solamente cuando la dosis es elevada. Lo sorprendente, sin embargo, fue que las mujeres encontraron más agradable y atractiva la fragancia a sobaco cuando los participantes habían comido ajo. Tampoco es que llegaran al éxtasis ni que puntuaran esas fragancias a la altura de un Chanel nº 5, sino que les dieron aproximadamente un 3 sobre 7. Pero es cierto que la puntuación media fue más alta en esos casos que cuando solamente comieron pan con queso (por mucho que sepa a beso, como dice el refrán).

Es difícil de desentrañar el porqué, aunque los autores citan que las propiedades beneficiosas de este alimento, entre ellas su capacidad antioxidante y antimicrobiana, tal vez tengan algún papel en todo esto. Eso sí, el aliento a ajo sigue seguirá siendo una maldición y echará para atrás a cualquiera que se ponga delante, como si fuesen vampiros, aunque los autores de este estudio tienen claro los olores bucales y los axilares no tienen nada que ver.

Y acabamos con un dicho popular: “A quien ajo come y vino bebe, ni la víbora le muerde”. Será porque no ha llegado a olerle el alerón...


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