jueves, 15 de diciembre de 2016

Sobre el pestilente aroma de la orina tras haber ingerido espárragos

Ya está colgado en la red de redes el número navideño del ‘British Medical Journal’. Como sabréis algunos asiduos a este blog, se trata de un número especial en el que cada año, en aras del buen humor, se publican unos cuantos artículos extravagantes y algunas investigaciones médicas estrafalarias, de las cuales iremos dando cuenta en próximas entregas.

Pero de momento, y dado que esta noche me voy de cena con unos colegas a un sitio donde sirven unos excelentes espárragos trigueros, voy a decantarme por un trabajo dedicado los factores hereditarios que determinan la capacidad de detectar olfativamente en la orina los metabolitos de los espárragos.

El artículo se titula “Sniffing out significant ‘Pee values’: genome wide association study of asparagus anosmia”, y juega con la similitud fonética de “P”, la letra que se utiliza (P-valor) para determinar si un resultado es estadísticamente significativo, y “pee”, que no es otra cosa que “pipí”. Por lo tanto, la traducción sería algo así como “Olfateando ‘valores pipí’ significativos: estudio de asociación de genoma completo de la anosmia del espárrago” (BMJ 2016;355:i6071).

El tema de partida es el característico tufo que tiene la orina de quien ha comido espárragos recientemente, una cuestión sobre la que ya escribieron en su día Benjamin Franklin en 1781, reconociendo su “desagradable olor”, y Marcel Proust: “transforman mi humilde habitación en una bóveda de perfume aromático”. Comprobamos en estas palabras que el escritor francés abordó el tema con tanta poesía como retranca.

Esa característica fetidez está provocada, según relata en su blog ‘Ciencia en común’ el amigo Jesús Serrano, por el hecho de que los espárragos contienen dimetilsulfuro y otros compuestos volátiles de azufre que huelen mal. El cuerpo metaboliza esas sustancias produciendo, entre otros productos, metanetiol y otros tioésteres, que eliminamos con la orina.

Aunque algunas personas sienten al miccionar que parecen haber salido de una madriguera de mofeta, también es cierto  que hay individuos que no perciben ese olor, son incapaces de que sus narices detecten el maldito metanetiol y esas otras sustancias pestilentes. Y esto es lo que decidieron investigar a fondo los autores de este estudio, que trabajan en distintos centros y universidades de Estados Unidos, Islandia y Suecia.

Para ello analizaron datos de participantes de dos famosos y grandes estudios epidemiológicos norteamericanos que incluyeron a profesionales sanitarios, el Nurses’ Health Study y el Health Professionals Follow-up Study. En esta ocasión utilizaron datos de 6.909 hombres y mujeres de ascendencia europea-americana de los que se disponía información genética procedente de estudios de asociación del genoma completo. Este tipo de investigaciones consisten en buscar en todo el genoma humano variantes genéticas que estén relacionadas con un rasgo concreto, por ejemplo, una enfermedad.

Gracias a otro estudio publicado en 2010 se sabía que una determinada variante en un gen, denominada rs4481887 y localizada cerca de un receptor olfativo llamado sM7, es la causante de la llamada anosmia del espárrago o incapacidad para detectar olfativamente los metabolitos producidos por la ingesta de este alimento que se expulsan al orinar. Se trata de una de esas variantes llamadas polimorfismos de un solo nucleótido, tal vez la más importante, pero lo cierto es que el presente estudio consiguió identificar un total de 871 variantes relacionadas con esa anosmia del espárrago a lo largo y ancho del genoma. Además, todas se encuentran en una región determinada del cromosoma 1, que contiene múltiples genes en la familia del receptor olfativo 2.

Los resultados revelan, además, que la anosmia del espárrago es mucho más frecuente de lo que pensábamos, pues afecta al 58% de los hombres y al 61,5% de las mujeres. Esa es la proporción de personas que reconocieron no ser capaces de percibir ese olor característico en su orina cuando comen espárragos. Es en cierto modo curioso, puesto que las mujeres tienden a tener un mejor olfato que los hombres, algo que han demostrado bastantes estudios, si bien los autores escriben que este insólito resultado tal vez se deba a que algunas “modestas participantes odian admitir que son capaces de reconocer ese olor distintivo en su propia orina”. O también a que su posición de orinar sentadas "provoca que sean menos propensas a identificar los olores volátiles", añaden.

En fin, que había que confiar en la honestidad de las respuestas de los participantes y, además, con la limitación de que la prueba olfativa solamente se realizó una vez y que no se sabe si la capacidad para detectar los metabolitos producidos por la ingesta de espárragos cambia con la edad o se ve influida por otros factores. Parece claro que si uno se pone a miccionar en un baño público de esos que huelen a tigre, las esencias preexistentes en el lugar solaparán fácilmente los efluvios esparragueños.

Y cuidado, que tampoco es lo mismo un buen espárrago de Tudela que uno de esos importados de Perú o China que tienen de “cojonudos” lo que Abundio de aspirante al Nobel. ¿Que aún no sabéis quién fue Abundio? Pues nada, os lo digo, un cordobés del siglo XVII o XVIII que pretendió regar un cortijo “con el solo chorrillo de la verga”, lo cual enlaza de algún modo con el tema de este artículo, tanto da si el chorrillo olía a metanetiol como si no.


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