martes, 15 de noviembre de 2016

Nudillos crujientes y riesgo de artrosis

Cuando pensamos en científicos que experimentan consigo mismos es fácil que el primero que nos venga a la cabeza sea el Dr. Jekyll, aquel inmortal personaje de Robert Louis Stevenson con doble personalidad que se transformaba en el peligroso míster Hyde tras ingerir un brebaje.

La ciencia-ficción nos proporciona bastantes más ejemplos, desde ‘El hombre invisible’ de H.G. Wells, que se publicó en 1897, hasta la película ‘El hombre con rayos X en los ojos’, que llevó al cine Roger Corman en 1963, basándose en una historia de Ray Russell, o ‘La mosca’, relato escrito por George Langelaan del que se han hecho varias versiones cinematográficas, posiblemente la más famosa la de David Cronenberg de 1986.

Actores como Spencer Tracy, Claude Rains, Ray Milland y Jeff Goldblum se metieron en la piel de esos autores de descubrimientos increíbles que salían mal parados tras experimentar sus hallazgos en su propio cuerpo, ya fuera transformándose en siniestro psicópata o, peor aún, en insecto gigantesco.

Lo cierto es que sí que existen científicos que prueban sus ideas en su propio organismo. Hace unos cuantos años, un veterinario norteamericano llamado Robert A. Lopez, consiguió el Premio IgNobel por prestar su cuerpo al bien de la ciencia. Sus experimentos consistieron en extraer ácaros de los oídos de gatos y metérselos en sus propios oídos. Este investigador amante de los animales publicó sus resultados en el Journal of the American Veterinary Medical Association (1993;203:606-607).

En el palmarés de los IgNobel también figura un investigador que consagró su cuerpo, o al menos una parte de él, al avance de la medicina. Se trata del Dr. Donald L. Unger, quien relató en una carta enviada a la revista Arthritis & Rheumatism (1998;41:949-950) que, durante su infancia, varias autoridades reconocidas –su madre, algunas tías y, años más tarde, su suegra- le recriminaban por crujirse los nudillos, afirmando que esa mala costumbre provocaría que tuviera artrosis en los dedos cuando fuera mayor.

Para comprobar si eso era cierto, el Dr. Unger comenzó hace ahora casi 70 años el experimento que fue reconocido con el IgNobel en 2009. Lo que hizo fue crujirse los nudillos de la mano izquierda dos veces al día –unas 36.500 veces hasta que se publicó su carta- y no hacerlo nunca con los de la mano derecha. Al cabo de 50 años no observó ninguna diferencia entre ambas manos en relación con la artrosis, de lo cual deduce que crujirse los nudillos no tiene nada que ver con la enfermedad reumática.

La misiva venía con una respuesta del único investigador que había publicado algo previamente sobre esa posible asociación. Era el Dr. Robert L. Swezey (Western Journal of Medicine 1973;122:377-379), quien había llegado a la misma conclusión que el Dr. Unger. No sin cierta sorna, describía el experimento de este último como un ensayo de dos brazos no aleatorizado y, entre otras divertidas perlas, coincidía con el autor en que el número de participantes en el experimento no parecía lo suficientemente grande como para extraer conclusiones definitivas, pero que, en cualquier caso, cuestionaba esas creencias sobre el riesgo de artrosis derivado del frecuente crujimiento de nudillos. Y como decía el Dr. Unger, lo mismo puede suceder con otras afirmaciones típicamente maternas, entre ellas la importancia de comer espinacas.

Desde entonces se ha publicado algún que otro trabajo sobre las consecuencias de crujirse los nudillos. Investigadores canadienses de la Universidad de Alberta utilizaron resonancia magnética para observar los nudillos de personas que se los crujían y dedujeron que el peculiar chasquido ocurre cuando se forman pequeñas burbujas de aire en el líquido sinovial de las articulaciones, rebatiendo la idea de que el sonido tiene lugar cuando esas burbujas explotan (PLoS One. 2015 Apr 15;10(4):e0119470).

Esto fue cuestionado posteriormente por científicos de la Universidad de California, Davis, que presentaron sus resultados en la reunión de la Sociedad Radiológica de Norteamérica. En lugar de optar por la resonancia magnética utilizaron ecografía, que registra lo que sucede en los dedos de forma mucho más rápida. Tomaron imágenes ecográficas y audios de 40 voluntarios, 30 de los cuales tenían el mencionado hábito desde hacía años. Las grabaciones permitieron ver una especie de flash en el momento en las articulaciones justo después de que los participantes se crujieran los nudillos, y ello tiene que ver con cambios de presión de las burbujas de gas, según explicó el especialista responsable de esta investigación, Robert D. Boutin. Pero a la hora de responder si el sonido se debe a que las burbujas explotan o se forman, contestó que hay que investigar más antes de responder a la cuestión. En definitiva, que tras dar muchas vueltas al asunto, todavía no se sabe el porqué del chasquido.

Y en cuanto a si crujirse los dedos es bueno o malo, el estudio publicado más recientemente sobre el tema, firmado por médicos de familia de Estados Unidos (J Am Board Fam Med. 2011;24:169-74), basado en entrevistas a 215 personas, concluye que la costumbre de crujirse los nudillos no parece tener nada que ver con el riesgo de acabar con artrosis en las manos, idea que también comparte el antes mencionado doctor Boutin, quien observó en sus imágenes ecográficas que no revelaban ningún daño inmediato, ni en forma de lesión ni de inflamación, en las articulaciones de los participantes de su estudio. En principio, todo esto puede tranquilizar a los crujidores de nudillos, aunque claro, en ciencia todo puede cambiar de un día para otro, así que seguiremos atentos.


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