martes, 5 de abril de 2016

A los mosquitos no se la dan con queso

La comparación entre el olor a pies y el que emana de ciertos tipos de queso es un tópico con larga tradición. En aras del progreso de la ciencia, nadie debe sorprenderse al comprobar que incluso esto también ha sido estudiado con moderna metodología.

Un científico de Florida, el Dr. D. L. Kline quiso saber hasta qué punto son similares la peste a pies y el aroma del queso de tipo Limburger (J Vector Ecol 1998;23:186-194). Y como jueces evaluadores imparciales eligió, nada más y nada menos, que a mosquitos, concretamente a "mosquitas", pues son las hembras las que nos chupan la sangre y no los machos. 

Al parecer, estos molestos insectos tienen entre sus curiosos gustos el que se deleitan con las emanaciones que despiden nuestros pies, cuanto más intensas mejor. El Dr. Kline utilizó hembras de la especie Aedes aegypti, cuya respuesta olfativa fue estudiada mediante una especie de trampa que utilizaba los olores como cebo.

Tras tomar muestras de emanaciones de pies humanos –afirma que las obtuvo de calcetines usados al menos tres días seguidos, probablemente los suyos-, de las manos y del queso Limburger, observó que la mayoría de mosquitos tiene preferencia por el olor de las manos, seguido por el de los calcetines sudados, mientras que el del queso no los excita en demasía. O sea, que no "se la dio con queso", como se suele decir.

De todos modos, y tras comentar que el olor de los calcetines por sí solo no atrajo a demasiados insectos, matizaba que si se mezclaba con dióxido de carbono los atraía como la miel a las moscas, incluso –cito textualmente- "cuando los calcetines habían sido aireados durante ocho días consecutivos".

Ese estudio del Dr. Kline me permite enlazar con las investigaciones realizadas sobre el olor a pies. ¿Por qué huelen de ese modo? Es una cuestión interesante a la que investigadores japoneses intentaron dar respuesta en su precioso artículo "Elucidación de las sustancias químicas responsables del mal olor de los pies" (Br J Dermatol 1990;122:771-776).

¿Cómo lo hicieron? Pues extrayendo ácidos grasos de calcetines sudados y analizando después las muestras con un cromatógrafo de gases, un aparato que se utiliza para separar sustancias. Habían tomado muestras tanto de personas a las que los pies les olían desmesuradamente mal como de individuos sin este tipo de problema, gracias a lo cual descubrieron que un compuesto químico llamado ácido isovalérico parece ser el causante de la hediondez característica.

Todo estudio que se precie debería tener en cuenta el factor humano, y este no podía ser menos. Los autores explican que varias personas se encargaron de evaluar olfativamente las muestras recogidas para comprobar que el cromatógrafo hacía bien su trabajo.

Pero no quedó ahí la cosa. Para cerciorarse aún más de los resultados obtenidos, los científicos japoneses se dedicaron después a incubar sudor y grasas procedentes de los pies pestilentes de varios individuos y consiguieron –lo escriben con cierto orgullo- reproducir en el laboratorio la misma fragancia con la que convivían diariamente esos sujetos. "Los análisis del cromatógrafo de gases y del espectrómetro de masas realizados al olor a pies reproducido revelaron que los ácidos grasos de cadena corta estaban presentes en similar composición que aquella que se encuentra in vivo", concluyen, como si hubieran conseguido un importante paso en la historia de la ciencia.

Sin embargo, ese ácido isovalérico no es el único responsable. Microbiólogos de la Universidad de Leeds, en e Reino Unido, profundizaron también en el tema hace años. Su trabajo se titulaba "Estudio comparativo de la microflora cutánea del pie normal con bajos y altos niveles de olor" (J Appl Bacteriol 1988;65:61-68), y en él concluían que una elevada densidad de bacterias acumuladas en los pies predispone a que estos canten en todo su esplendor. No obstante, es bueno saber que la responsabilidad no recae en un tipo de bacteria en particular, sino simplemente en su abundancia.


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