Hace pocos meses muchos medios de comunicación se hicieron
eco del desdichado caso de un individuo chino de 37 años que acabó en el
hospital debido a su costumbre de olisquear cada día sus calcetines usados. Tal
vez lo hacía con intención de comprobar si la fetidez era lo suficientemente tolerable como
para volver a ponérselos al día siguiente. Parece un caso insólito, pero
probablemente más de un lector se siente identificado.
La cuestión es que el infeliz sujeto acudió a urgencias con
dolor en el pecho, tos y sensación de opresión al respirar. El diagnóstico
final fue una infección por hongos en sus pulmones, lo que tuvo como
consecuencia un interrogatorio médico en el que el paciente reconoció su adicción
a olfatear sus calcetines sucios, una confesión que, no se sabe bien cómo, saltó
a la prensa y de ahí a las redes sociales para regocijo de todo el planeta, y también para preocupación de algunas personas con costumbres parecidas.
La noticia me retrotrae a uno de los artículos que incluí en el libro ‘Si Galileo levantara la cabeza’ y que trataba del tema del olor a pies. ¿Por
qué los pies sudados huelen de ese modo? Pues bien, se trata de una cuestión a
la que investigadores japoneses intentaron dar respuesta en un precioso
artículo titulado "Elucidación de las sustancias químicas responsables del
mal olor de los pies" (Br
J Dermatol 1990;122:771-776).
¿Cómo lo hicieron? Pues extrayendo ácidos grasos de
calcetines sudados y analizando después las muestras con un cromatógrafo de
gases, un aparato que se utiliza para separar sustancias. Habían tomado
muestras tanto de personas a las que los pies les olían desmesuradamente mal como
de individuos sin este tipo de problema, gracias a lo cual descubrieron que un
compuesto químico llamado ácido isovalérico parece ser el causante de la
hediondez característica.
Como todo estudio que se precie debería tener en cuenta el
factor humano, y este no podía ser menos, los autores explican que varias
personas se encargaron de evaluar olfativamente las muestras recogidas para
comprobar que el cromatógrafo hacía bien su trabajo.
Pero no quedó ahí la cosa. Para cerciorarse aún más de los
resultados obtenidos, los científicos japoneses se dedicaron después a incubar
sudor y grasas procedentes de los pies pestilentes de varios individuos y
consiguieron –lo escribían con cierto orgullo- reproducir en el laboratorio la
misma fragancia con la que convivían diariamente esos sujetos.
"Los
análisis del cromatógrafo de gases y del espectrómetro de masas realizados al
olor a pies reproducido revelaron que los ácidos grasos de cadena corta estaban
presentes en similar composición que aquella que se encuentra in vivo",
concluían, como si hubieran conseguido un importante paso en la historia de la
ciencia.
Sin embargo, parece que ese ácido isovalérico no es el único
responsable. Microbiólogos de la Universidad de Leeds, en el Reino Unido,
profundizaron también en el tema hace años. Su trabajo se titulaba
"Estudio comparativo de la microflora cutánea del pie normal con bajos y
altos niveles de olor" (J
Appl Bacteriol 1988;65:61-68), y en él concluían que una elevada densidad
de bacterias acumuladas en los pies predispone a que estos canten en todo su
esplendor. No obstante, es bueno saber que la responsabilidad no recae en un
tipo de bacteria en particular, sino simplemente en su abundancia.
En cualquier caso, mantened vuestras narices alejadas de los
calcetines usados, no acabéis como el chino desafortunado.
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