El llamado Mundialito de Clubes estrenó en diciembre el
videoarbitraje futbolístico como prueba piloto. Y lo hizo con
polémica, puesto que alguna decisión tomada después de que el árbitro revisara
en vídeo alguna jugada polémica no acabó de gustar, en especial al equipo
perjudicado y a su afición. Lógico.
La prensa deportiva también ha sido muy crítica con el
procedimiento, sobre todo porque supone un obstáculo a la fluidez del juego, y algunos clubes de los que entran en la categoría de “poderosos” también se han puesto pegas a la idea. ¿Por
qué será? No quiero meterme en este lodazal, pero siempre he
pensado que el uso de la tecnología audiovisual servirá para que los
resultados de los partidos sean más justos y no dependan, como ocurre muchas
veces, de los aciertos y de los errores arbitrales, ya sean con nocturnidad y alevosía o simplemente errores humanos. De hecho, la tecnología se utiliza sin problemas desde hace años en el fútbol americano y también se introdujo más
tarde en el tenis y en el baloncesto.
En fin, toda esta controversia me ha recordado una
investigación que se publicó hace bastantes años en ‘The Lancet’ sobre la
incapacidad de los árbitros asistentes –antes llamados jueces de línea y
popularmente linieres- para apreciar debidamente el fuera de juego (Lancet
1998;351:268).
Hay que puntualizar que la prueba piloto de videoarbitraje
propuesta por la FIFA no contempla la revisión de jugadas por fuera de juego, a
excepción de aquellas que hayan acabado en gol.
Dicho esto, paso a comentar el estudio –publicado en forma
de carta de investigación-, que además venía firmado por el doctor Jaime
Sanabria –otoneurólogo- y colaboradores de la Fundación Jiménez Díaz, de Madrid. Su conclusión no fue que todos los jueces de línea son cegatos, sino más bien que no están capacitados para esa función ni los
linieres, ni los bailaores de flamenco ni los chefs con tres estrellas Michelin. Es
decir, nadie. Evidentemente, tampoco los hinchas. Lo que pusieron sobre el tapete
los científicos madrileños es que el ojo humano no está capacitado para enfocar
dos objetos distantes al mismo tiempo y, por lo tanto, "tiene una imagen
errónea de las posiciones iniciales de los jugadores en el momento en que se
pasa el balón".
Los autores, que contaron con la colaboración de un árbitro
de primera división de la época, José Luis Prados García, explicaron que el ojo
realiza unos ajustes llamados movimientos sacádicos para enfocar de un punto a
otro del campo visual. El tiempo que necesita el cerebro para programar la
visión al nuevo punto de fijación es de 250 a 300 milisegundos, un lapso que en
un terreno de juego puede ser lo que tarda un delantero intentando desmarcarse
en recorrer algo más de 4 metros.
Pero no es la única investigación que se ha dedicado al
tema. Dos años más tarde, científicos holandeses publicaron un trabajo (Nature
2000;404:33) en el que no hablaban de movimientos sacádicos. Concluyeron
que los linieres se equivocan con frecuencia en el fuera de juego porque muchas
veces se encuentran en una posición más avanzada que el último defensor, un
punto de vista desde el que los errores son ópticamente inevitables.
Un par de años después, investigadores brasileños de la
Universidad de Sao Paulo publicaron otro artículo (Perception
2002;31:1205-1210) en el que explicaban que habían revisado los datos del
estudio holandés y concluían que los errores de los jueces de línea se deben
probablemente al llamado efecto ‘flash-lag’, una ilusión óptica según la cual
cuando un destello y un objeto en movimiento aparecen en un mismo lugar se
perciben desplazados uno del otro.
El tema volvió a surgir al cabo de otros dos años y de nuevo
con un investigador español como firmante, el doctor Francisco Belda, del
Centro de Salud de Alquerías (Murcia) (BMJ 2004;329:1740). A su
juicio, la causa de las equivocaciones en la aplicación de la norma
futbolística se debe posiblemente a la incapacidad del ojo y el cerebro humanos
para procesar toda la información visual necesaria, y su artículo hacía
referencia a los movimientos sacádicos, pero también a los movimientos
vestibulares, necesarios para fijar la vista cuando la cabeza está en
movimiento, así como a los movimientos de convergencia y divergencia, que se
producen cuando la mirada se desplaza de un objeto lejano a uno cercano y viceversa.
Entre sus conclusiones destacaba que el uso de la tecnología moderna para
congelar las imágenes, con el fin de ayudar a las decisiones arbitrales, es algo
necesario para que la regla del fuera de juego se aplique correctamente. Totalmente de acuerdo.
Otro equipo belga estudió cerca de 5.000 jugadas de 165
partidos de la Premier inglesa y calcularon que los errores en la aplicación de
la regla del fuera de juego se produjeron en el 17,5% de los casos, porcentaje
que no está nada mal (J Sports
Sciences 2010;28:471-481). Su investigación indica que el efecto flash-lag
es el responsable de todos los errores en los que se pita fuera de juego sin
serlo. Sin embargo, cuando el árbitro asistente no levanta la bandera en situaciones en las que existe un fuera de juego de verdad, los errores ópticos –aquellos en los que no
está situado correctamente en la línea en la que se produce el fuera de juego-
son la causa del 45,4% de las equivocaciones.
Otro estudio español realizado por miembros de la
Universidad Politécnica de Madrid (J
Sports Sciences 2012;30:1437-1445) consistió en analizar jugadas de la Copa
de Confederaciones de 2009. Revisaron 165 jugadas de fuera de juego y calcularon que el índice
de error de los jueces de línea fue del 13%. Además, observaron que las
equivocaciones fueron el doble de frecuentes en la segunda parte de los partidos
que en la primera. Recomendaron que los colegiados realicen sesiones semanales
de entrenamiento cognitivo específico para reducir la tasa de errores.
Hay unos cuantos estudios más, aunque no vale la pena
abundar en el asunto, ya que todos apuntan en la misma dirección: que no
podemos culpar al ser humano de equivocarse en algo para lo cual la naturaleza
no lo ha dotado, como es acertar siempre al pitar un fuera de juego. Insultarlo
y mentar a su familia tampoco servirá para que acierte con mayor frecuencia.
Por lo tanto, bienvenida sea la tecnología. ‘Errare humanum est’ (Errar es
humano), decía la famosa expresión latina, pero lo que muchos no saben es que
tenía continuación: ‘sed perseverare diabolicum’, lo que todo junto significa:
Errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico.
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